Fanfic Koi Suru Bou Kun

Proyecto Challengers!

lunes, 13 de febrero de 2012

AY MAMA INÉS De Jorge Guzmán

Por fin cumplí mi deseo de leer este libro, deseo que tenía desde que leí Inés del alma mía de Isabel Allende, lástima que no puedo hacer una comparación tan clara pues a pasado tiempo (y varios libros leídos entre ambas lecturas) pero, y temo que comentaré lo obvio, me atrevo a decir que Ay Mama Inés es mucho más político y con más personajes (históricos), de hecho, varias veces deja a un lado a Inés para ponerse a relatar sobre otro personajes, y así también, se profundizaron hechos históricos que no fueron abordados en el libro de Allende, dentro de la fantasía literaria claro, como de Juan Gasco, soldado desertor al que habían cortado las orejas por ladrón y se quedó viviendo con los indios en el valle de Copiapó (de donde vengo :3) y sólo comentado en Inés del alma mía.

Si a alguien le interesa leer este libro les aconsejo que hagan una lista de personajes que vayan apareciendo (con el nombre completo) ya que hay muchos y en esos años se repetían varios, además Guzmán usa sinonimias continuamente para no ser repetitivo, pero eso puede causarnos confusión también (o puede que sólo haya sido cosa mía, no tan acostumbrada a leer tanto nombre).

A continuación, algunos fragmentos que me llamaron la atención, tómenlo como una curiosidad más que una representación del libro:



(Perdon la horrible calidad de la foto, espero uno de estos días comprar un cargador para mi cámara).


>> Y no ignoraba, aunque no lo vio por sus ojos, que un español llevaba obligada junto a sí a una india madre, para mamar de sus pechos cuando se le juntaba algo de leche. <<


>> Recordaba entonces esos otros indios, los que estaban en los refugios del Despoblado, intactos después de años de muerte, tan enteros como si solamente durmieran, tan inmutados, que el género descolorido y quebradizo que vestía el cuerpo de una india muerta le dio deseos de mirar entre sus muslos. <<

>> Catalina dedujo que tenía que haber sido algún transeúnte español; los indios no sabían cómo manipular cerdos para robarlos; en cambio los españoles sí sabían: metiéndoles un dedo en el culo, se quedaban mudos. <<

>> Oyó perfectamente un batir de palmas que venía desde la calle, por entre los gritos exagerados que daba la mujer, mientras le desnudaban el torso a tirones, quitándole la camiseta. Don Martín era lujurioso, pero desde que había cumplido los treinta y cinco, sus necesidades sexuales se iban volviendo cada vez menos espontáneas. Se las estimulaba haciendo castigar en su presencia muchachas del servicio, Mientras terminaban de desnudarle el torso a la joven, don Martín levantó la vista hacia las piedras del cerro Santa Lucía, que se alzaban casi a los pies de su casa. Luego bajó la mirada. Apreció la redondez de los pechos de la india y el contraste del pezón y la aréola, reducidos casi a un punto negro arrugado por el miedo y el aire fresco. <<

>> Bebía su chicha en silencio, mantenía un gesto serio, pero afable, y a menudo se distraía pensando en alguna muchacha que había hecho azotar en el día. Últimamente había descubierto que eran muchos más estimulantes los azotes en las nalgas desnudas que en las espaldas. <<

domingo, 12 de febrero de 2012

Cap 19: fanfic de The tyrant Who Fall Love / Koi Suru Boukun

Primero que nada, gracias por sus comentarios y ánimos, motivan mucho, en especial cuando me siento algo bloqueada jeje, siento que no está fluyendo la escritura como antes, espero volver al ritmo anterior, será que ahora priorizo más la lectura que la escritura. Pero en fin, a darse ánimos y espero que de todas maneras les guste este cap, yo creo que un par más y termine, pero seguirá en one shot, porque ni loca empiezo de 0 con esta pareja después de este largo camino de mmm creo que dos años de escritura? xD. Bueno, buen provecho, espero que lo disfruten y espero sus comentarios, y por supuesto, disculpen el atraso, es mi yo detallista detestable.

Cap 19 (por Dios, llevo caleta xD alguien se ha dado cuenta que debemos estar llegando a las 200 páginas del fic si ya no las hemos pasado?!):

El pequeño departamento rebosaba una aparente tranquilidad y silencio a través de las habitaciones quietas y con luces apagadas, pero, y sin embargo, una delicada luz, casi imperceptible escapaba bajo la puerta cerrada del baño, de la cual, en su interior, unos extraños quejidos se escuchaban…

- Mierda! Mierda! Mierda! – senpai decía por lo bajo, con la mandíbula apretada, mientras se limpiaba casi con desesperación el vientre y la entrepierna con exagerada cantidad de papel higiénico; estaba sonrojado hasta las orejas, y podía notarse su cabello un tanto enredado (hecho curioso al éste tan lacio), siquiera había tenido tiempo para abotonarse la parte de arriba de su piyama – auch, auch… - suspiró, no fue buena idea secar de forma brusca su pene “duele… maldición…”.

Mientras realizaba su acostumbrada catarsis verbal, y de forma aún no muy clara en su mente, no podía evitar pensar en lo recién hecho (pero pensarlo al menos), y por consiguiente en Morinaga, un “estará bien?” fue el pensamiento menos avergonzante que tuvo, pues no podía sacar de su mente su imagen, la imagen de él “así”, sudando, sonrojado, mirándolo suplicante y con dolor en el rostro, y también sus pen… no podía ni pronunciar la palabra, pero podía verlos aún, escurriendo en la mano de Morinaga, manchándolo.

- Oh! Dios! Qué mierda es esta? – exclamó histérico, lavándose las manos con mucho jabón, y la cara. Se vio en el espejo, se vio sonrojado, casi enojado y con el gesto torcido - ….. – pero no se sentía culpable, no era ni asco ni remordimiento lo que sentía “por qué?... estoy avergonzado pero… este vértigo en mi estómago…”.

Pero no pudo pensar más allá de eso, la misma imagen de Morinaga le hizo recordar que no era conveniente dejarlo solo, ya que tal vez le podría haber vuelto la fiebre con lo antes… hecho (contrajo más el rostro senpai al pensarlo ahora conscientemente) y aunque no quería volver a esa habitación tan pronto, se encaminó a ella con paso rápido e inevitable por sus nervios, llevando el papel higiénico en la mano fuertemente, escuchando el latir de su corazón acelerado y extremadamente claro ¿era por el silencio de la noche, o en verdad latía tan fuerte?

Cuando entró en la habitación, la débil luz de su lámpara reflejaba el rostro de un Morinaga aparentemente dormido, sólo parte de sus piernas estaban tapadas por la sábana aún húmeda, todo su pecho, vientre, y su intimidad aún manchada estaban a la vista, su cuerpo además se había enfriado un poco por el sudor seco, teniendo ya piel de gallina, y su mano manchada todavía se mantenía en su sexo, enredando sus dedos llenos de semen en su vello púbico igualmente húmedo y viscoso. Senpai no pudo evitar ver toda esta visión, como un reflejo, y tal vez porque Morinaga parecía dormido, y es que la imagen de sus penes seguía en su mente, por lo que sus ojos fueron de inmediato tras ver su rostro, a su parte baja con la suficiente atención para notar que su pene aún no se ablandaba del todo, estando todavía grande sólo que no erecto, dejándose caer a un lado, encovándose… y estaba tan rojo, seguro que le dolía tanto como el suyo.

Pero esta visión duró apenas tres segundos, obligándose a esquivar su propia mirada porque era demasiado consiente de ella misma, salvándose, sin embargo, lo fue suficiente para gravar en contra de su voluntad todos los detalles de la fisonomía de ese miembro, imagen que lo seguiría por mucho tiempo, apareciendo una y otra vez en su mente, como la imagen anterior del rostro de Morinaga, su pecho agitado, y más aun, la de sus ambos penes juntos.

Con la mente más despejada de lo que hubiera deseado, sintiendo más fuerte el vértigo en su vientre y de pronto siendo más consciente del dolor de su propio pene; apretó los parpados y la mandíbula, se sonrojó más aunque no se percató de ello, y pensó al fin “tengo que limpiarlo… otra vez?” tragó saliva, viendo en su mente la visión de la que hace nada había escapado en la realidad “no… no puedo hacer eso…” pensó temblando más, apretando con su mano el papel higiénico “no… su pen…” no pudo siquiera decirlo en su mente, por tanto, no le quedó otra que hacer algo igualmente vergonzoso, pero al menos en menor medida que la primera opción: tratar de despertar a Morinaga, de hecho, en verdad estaba dormido?

- Mo-Morinaga… - susurró senpai, esperando una respuesta sin ver su rostro.

- Nn… - respondió Morinaga, entreabriendo los ojos lentamente, lo cierto es que no estaba dormido del todo, sólo dormitaba, y aunque sabía que senpai tardaría, no tenía fuerzas para cubrirse, e incluso tal vez no quería ni hacerlo.

- Ah – senpai se sorprendió, en el fondo tal vez prefería que él siguiera dormido y por reflejo sorpresivo lo miró otra vez.

- Estoy despierto… - Mori lo miró débilmente, estaba sonrojado – nn…cansado… - suspiró, y volvió a perder su mirada cerrando los ojos nuevamente.

- …… - senpai lo observó un momento aún en su tonta sorpresa, pero reaccionó al creer que la debilidad de Morinaga podría ser causada por una nueva oleada de fiebre – e-espera, no te duermas! Volvió tu fiebre? – preguntó bruscamente.

Al fin se atrevió a acercarse, dejó el papel higiénico en el velador, y puso una mano en al frente de Morinaga, más guiado por la preocupación que por la conciencia.

No, no tenía fiebre, suspiró aliviado, retiró la mano de su frente, pero otra vez y sin control, sus ojos volvieron a fijarse en ese cuerpo ajeno, en ese pecho que respiraba suavemente, su piel de gallina. Senpai volvió a sonrojarse (más aún), esquivó la mirada y

- N-no te duermas, tienes que limpiarte… y abrigarte.

- Nn… sí… - dijo Morinaga moviendo lentamente sus dedos llenos de semen en su vello púbico, para después abrir los ojos lentamente, viendo más a la nada que al propio senpai.

Pero éste no notó lo último, sino que cogió el papel para dárselo a Morinaga, de forma algo brusca, de hecho, más bien orgullosa, pero tiritaba sutilmente su barbilla y la misma mano que le ofrecía, delatándolo.

- Toma. – dijo algo seco.

- …sí – susurró Morinaga, recibiéndolo con su mano limpia, aún sin mirar a senpai, cosa que éste no notó pues consideró normal que viera sólo el papel mientras lo manipulada, sacando trozos para limpiarse, pero a la vez también notando de lo raro que era ver a Morinaga cómo procedía a limpiarse su intimidad, volteó el rostro de forma nerviosa, y se levantó con la excusa de acercar el basurero; los cortos pasos le hicieron sentir más la sensibilidad de su entrepierna, pero no dijo nada y trató de no hacerlo notar.

Al volver siguió sin mirar a Morinaga, aún a pesar de que senpai se había sentado al borde de la cama (sin saber por qué, en realidad) y dándole la espalda a Morinaga que seguía limpiándose y parecía no mirarlo; hubo un silencio algo largo entre ambos, sólo interrumpido un par de veces por pequeños “aouch” de Morinaga, también sufriendo la sensibilidad de su pene.

Y cuando el trabajo de éste pareció estar acabado, y mientras senpai pensaba qué hacer a continuación, Morinaga rompió el nervioso silencio:

- ¿estás seguro… que quieres que me quede en tu cama? – su voz era lenta, pero se notaba que lo había pensado bien antes de decirlo.

Senpai volteó más sorprendido que antes, mirándolo directamente y algo alterado, como si hubiera dicho algo que lo ofendía, tal vez porque sea lo que le dijera haría sobrereaccionar así a su mente quebradiza en esos momentos, o porque tal vez esa pregunta en verdad lo alteraba. Morinaga por su parte ya había guardado su pene en su pantalón, pero aun no se abrochaba la parte de arriba, y mirada sin ver el fondo oscuro de la habitación, esperando la respuesta sin esperarla a la vez.

- …. – senpai volvió a voltear, “tu cama”, esa frase lo había perturbado… pero era cierto, él estaba en su cama,…su cama… y en alguna parte de su mente, sutilmente recordó las palabra sde Morinaga “soy tuyo” como un recuerdo susurrado - sí… estoy seguro – dijo sin verlo, con voz algo temblante pero segura, de cierta forma pensándolo y completamente sintiéndolo.

Morinaga al fin fijó su vista en él, parecía sorprendido y a la vez con una extraña esperanza en sus ojos.

- …. – no dijo nada más, abotonándose el piyama al fin. El silenciode ambos continuó unos segundos, pero no se sentía tensión entreambos, como si ya todo estuviera destruido o bien completo con lo antes dicho.

Morinaga entonces se removió en la cama, dándole un lado en ella a senpai, tapándose, esperándolo. Senpai por su parte había escuchado el sonido de las frazadas removiéndose y cómo se había hundido el colchón al moverse Morinaga, pudo por tanto suponer lo que había hecho, que lo esperaba. Entonces senpai tragó saliva, y se tensó más como antes sólo lo había estado un poco.

Pasaron otros segundos que esta vez sí fueron tensos a causa de senpai, en cambio Morinaga seguía con ese aire resignado, tal vez el orgasmo había terminado de agotarlo o en verdad lo estaba, esperando como el que en verdad no espera nada.

- ….. – entonces senpai como un flash se metió a la cama, tanto así que Mori dio un salto al sentirlo de pronto a su lado, y no pudo evitar mirarlo, pero él le daba la espalda y se había tapado hasta los hombros.

- ….. senpai… - susurró Morinaga, llamándolo de forma suplicante, enamorada.

- … ¿qué? – respondió éste con voz quebradiza, nervioso, y avergonzado a pesar de sus esfuerzos.

- …….- pero Morinaga no dijo nada, lo que deseaba no podía expresarse en palabras.

Entonces, senpai sintió un suave tacto en su hombro, tan delicado, hecho sólo por las yemas de los dedos de Morinaga, tan suficientemente sutil para sólo sacarlo de su estupor y no alterarlo con esa delicada sorpresa, sino despejar su mente y no alterarse con ello; y entonces, al fin con la mente clara, siendo consecuente el corazón con la mente, senpai se dio cuenta que debía ser consecuente ahora éstos dos con su cuerpo, y, en silencio y aún temblando, comprendiendo y aceptando lo que Morinaga deseaba, algo que él sabía que deseaba hace mucho, mucho tiempo, tal vez años… se atrevió y sintió que podía/quería hacerlo.

Senpai volteó, lentamente en esa cama que de pronto pareció pequeña, y con su rostro sonrojado, con su barbilla temblante y sus ojos bajos, quedó cara a cara a Morinaga, que estaba a centímetros. Entonces una de las manos de Mori, tocó su rostro, con el mismo tacto sutil de antes, sin obligarlo a mirarlo, acercándose lentamente, por lo que senpai tiembla un poco más, pero no se aleja, sin atreverse a mirarlo pero aceptándolo, pues sabe lo que viene, sabe lo que debe hacer a pesar de la vergüenza y los nervios que no lo dejan pero que ahora controla.

Sus narices casi juntas, senpai ya había apretado los parpados y tensado el cuerpo esperando el beso, pero Morinaga se detiene, mira los ojos cerrados de senpai esperando su mirada, éste la siente y habré a su vez los parpados y lo mira, sí… esa mirada… brillante, asustada pero, aceptando…

- …¿está bien? – se miraban a los ojos, los de ambos brillaban, ambos estaban sonrojados, y ambos temblaban.

- ….. – senpai bajó la mirada otra vez, sentía que los ojos de Morinaga lo debilitaban y nublaban su mente, la dejaban en blanco, y quería escapar de eso, impedirlo, esta vez quería pensar y ser consiente aunque la realidad fuera demasiado para él; pero no consiguió nada claro a pesar de sus esfuerzos, a pesar de haber escapado de esa mirada como si el solo hecho de estar así con Morinaga significara irremediablemente el descontrol y la perturbación de su mente, de su corazón ¿alguna vez podrá estar a su lado sin sentirse así, sin enloquecer en alguna medida al ser tocado, al ser besado, amado por él?

Lo único que tenía claro era el sentir, ahora aceptado por su mente, concientizado aunque no podía verbalizarlo ni explicarlo por la misma fuerza de ese sentir, que lo nublaba; pero el sentimiento al menos, era ahora nítido, tan real que podía pasarlo a acciones, con tanta fuerza que podía hacer mover el cuerpo de senpai. Esos sentimientos, como el de desear tenerlo en su cama, igualmente como el deseo desesperado de aceptarlo, de que fuera suyo y no se alejara de su lado sin importar lo que debiera hacer para impedírselo, sentimientos aceptados y enfermizos, insanos y bizarros, senpai ya sabía que significaban que quería a Morinaga, y que lo quería a pesar de todo, a pesar de sí mismo y de él, a pesar de que Morinaga fuera un hombre, y más aun un hombre obsesivo (si no más que él mismo), pervertido, casi loco y hasta peligroso, de ser causante de degradación para sí mismo y para el propio senpai, hundiendo a ambos en una locura intensa y enfermiza de la que ninguno quería escapar y de la que senpai ahora era consciente y la aceptaba, aceptaba la autodestrucción de ambos. Quién sabría si esto era amor, tal vez siquiera lo era, por ponerle un nombre podría ser catalogado así, pero contenía tanta locura, tanto daño a los que la sentían y hacían, tanta degradación humana, haciéndoles transformarse sólo en victimas de cada uno, que incluso convertía la palabra amor en una estúpida escusa para algo más allá del mismo amor, del mismo odio, algo que aún no tiene nombre porque es demasiado grande, demasiado fuerte y mórbido como para tener palabra que lo categorice.

Entonces senpai, sintiendo todo eso, aceptándolo y sabiéndolo a pesar de que no lo podía pensar del todo claro, se atrevió por ese mismo sentir y aceptar, a ser consecuente con su cuerpo, como aceptando también que su carne hace mucho se había dado cuenta de todo eso y que ahora simplemente debía moverse con la naturalidad que ya le era propia para/en ese otro cuerpo. Y entonces, así, senpai miró nuevamente a Morinaga, a pesar de que su cara parecía algo enfadada, a pesar de que temblaba y estaba más sonrojado que nunca, luchó contra la vergüenza que le traía el ser consciente de lo que habían hecho, de su sentir y aceptar, y de lo que sabía ya que haría y deseaban ambos.

Fue un movimiento lento, casi virginal pues era la primera vez que senpai lo hacía a sabiendas de todo, pero a la vez también natural, pues su cuerpo pertenecía hace mucho al otro y viceversa; las manos de senpai de pronto en cada mejilla caliente de Morinaga, y cerrando sus ojos de forma no apretada sino más bien con cejas suplicantes, juntó sus labios en un sutil beso con los suyos, en una suave presión, tímida, temblante. Morinaga de inmediato cerró los ojos, había esperado ese beso hace mucho tiempo, un beso deseado pero también consciente, un beso que quería ser dado desde la mente y el corazón, no como ese beso impulsivo de alguna vez tiempo atrás.

Morinaga recibió como nunca ese beso, con sus manos delicadamente en la cintura de senpai, disfrutando sin siquiera mover sus propios labios, ya que quería sentir sólo los de senpai, el cómo senpai hundía delicadamente sus labios en los de él, como un niño pequeño que sólo se atreve a juntarlos y no moverlos, o tal vez era, porque en verdad para senpai ese tacto era suficiente, ya se perdía con eso, ya sentía que lo quería y que traspasaba a su vez todo su sentir a Morinaga, tal vez y simplemente, éste último era el que siempre necesitaba más y de una forma bestial, arrastrando a senpai en algo para lo que no estaba hecho ni era su destino hacer. Pero eso ya no importaba, Morinaga ya había secuestrado a senpai, y senpai ya se había entregado aceptando ser devorado, Morinaga ya no lo pensaba dejar ir, sin importar nada, sin importar a lo que tendría que llegar si un día senpai entrara en razón, si senpai se arrepentía, si conocía a alguna mujer y deseaba “enderezar” su vida… no, Morinaga no sabía qué sería capaz de hacer en ese momento, sólo estaba seguro que lo mantendría a su lado, sin importar qué.

Tras ocho segundos que parecieron más tiempo, senpai se separó de los labios inmóviles pero abiertos de Morinaga, y sin darse cuenta, con el rostro más relajado (o más bien, adormecido y embriagado) lo miró a los ojos, que ambos abrieron a la vez tras separarse, las narices estaban casi juntas y senpai podía sentir la respiración de Morinaga chocar en su boca. Entonces senpai, sintiendo la acostumbrada debilidad que siente por la brillante mirada de Morinaga, bajó su vista a su pecho, mirándolo, sintiendo de forma cálida y silenciosa que ese otro cuerpo le pertenecía tanto como el propio, lo sentía, y más aún al ver sus propias manos en sus brazos, brazos grandes, caliente y fuertes, brazos masculinos que aún así disfrutaba el apretarlo con sus manos, porque ese cuerpo grande y fuerte, podía ser doblegado por él, porque era suyo, porque estaba en su cama, porque Morinaga lo amaba de esa forma enferma, Morinaga simplemente era suyo.

- Senpai… - Morinaga lo llamó sin notar los pensamientos-sentimientos oscuros de senpai, inmerso contemplando su cuerpo como posesión, y suplicó con la nariz chocándola suavemente contra la de senpai otro beso – senpai…

- ….. – senpai lo miró entonces, con la misma mirada embriagada del que se siente dueño de alguien, pero ahora tenía el ceño algo fruncido con el sonrojo ya habitual, pero ya no temblaba. Su boca torcida no se relajó ni cuando Morinaga volvió a acariciar la punta su nariz con la propia, pero consiguió que senpai entrecerrara los ojos y mirara su boca, sus labios rojos y húmedos, sus labios entreabiertos; y de forma natural porque lo deseaba, y decidida porque él mismo ya estaba resignado a sí mismo, volvió a besarlo, esta vez con una presión más profunda y su boca más entreabierta.

Morinaga esta vez respondió al beso, abriendo un poco más su boca y haciendo movimientos con sus labios, guiando como siempre los de senpai que no luchaban, los movimientos de Morinaga eran lentos, relajados, no necesitaba brusquedad, no necesitaba pelear, senpai lo había besado. Sus manos lo envolvieron, mientras las de senpai apretaron más las carnes de los brazos de Morinaga, este beso fue mucho más largo y no se detuvo hasta que senpai sintió la lengua de Mori lamer sus labios…

- Nn! es…espera… nn…

- Mm? – Morinaga no dejaba su boca, había tomado una de las piernas de senpai levantándola, envolviendo sus propias caderas, mientras que una propia se le metía entre sus piernas.

- Nn… n-no… otra… - senpai volvió a temblar, aún tenía el cuerpo débil y no quería embriagarse más de lo que estaba, perder el control, porque sabía que no sería capaz de detener a Morinaga, era suyo es cierto, pero aún así después de cruzar cierta línea era incontrolable, eso lo sabía bien.

- … - Morinaga suspiró en su boca, no cambió la expresión brillante y sonrojada de su rostro – está bien… no te preocupes, sólo… - y volvió a besarlo y lamerle los labios, suplicándole – quiero besarte hasta dormirme…

- …… - senpai no se movió, aunque ya estaba algo tenso; tras ver a los ojos a Morinaga mientras decía esas palabras, había luego mirado sus labios, dándose cuenta que a su vez también los deseaba, y cerró los ojos, dejándose besar y no luchando contra la posibilidad de que Morinaga perdiera el control, senpai siempre había sido arrastrado, pero ahora se dejaba arrastrar, se dejaba del todo, relajando al menos un poco su cuerpo.

Se besaron varios minutos, y para sorpresa de senpai los besos fueron más lentos que nunca, y las carisias tan suaves y cálidas, en verdad Morinaga se estaba durmiendo en su boca, en su cuerpo, incluso había inclinado al mismo senpai sobre él reposando Morinaga en el colchón pesadamente, adormeciéndose; sus entrepiernas presionándose suavemente, sintiendo un delicado dolor en esa unión, pero sin apartarse, como si ese dolor no fuera dolor en realidad, simplemente ya no era sinónimo de algo malo, de algo dañino, el dolor se había convertido en un estado, un estado natural de ambos cuerpos al unirse.

Y a ratos en esos minutos largos de besos lentos, cuando senpai pensaba que Morinaga estaba dormido pues sus labios ya nos e movían en los suyos, se alejaba un poco por reflejo de extrañeza, entreabriendo los ojos, Morinaga se removía débilmente y hacía extraños ruidos quejosos como un niño pequeño, senpai por primera vez en mucho tiempo hizo algo así como una sonrisa, casi una sonrisa, o tal vez lo era en su máxima sutileza, y besó a Morinaga, con los labios entreabiertos y lentamente, no se movía en su boca, pero al menos hacía ahora movimientos de presión, suave presión, hasta que el abrazo de Morinaga se suavizó del todo, y sus labios estaban pegados a los de senpai sólo por él pues Morinaga ya estaba dormido. Senpai abrió los ojos, sin despegarse de los labios de Motrinaga, era la primera vez que lo miraba mientras lo besaba, y sin darse cuenta, ebrio de sentimientos y sensaciones, acarició su cabellera tan adictiva a sus manos, como electricidad.

Se separó al fin un poco, ya estaba durmiéndose a su vez y tal vez por eso ya no se alarmaba, o simplemente era porque Morinaga ya estaba dormido, lo cual había notado que siempre lo tranquilizaba; con sus narices juntas, luchando por mantener lo ojos abiertos para seguir viendo ese rostro apacible y sonrojado, dormido en él, senpai finalmente no pudo con el peso de sus parpados y se durmió, con sus dedos en los cabellos de Morinaga, y una mano en su espalda, aferrándolo como suyo.

CONTINUARÁ PRONTO! Pronto… para mí pronto, como 2 semanas xD pero a ver si me sale en una xp

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shicakane@hotmail.com

martes, 7 de febrero de 2012

Toque de Necrofilia en El Decamerón

Toque de Necrofilia en El Decamerón

>> “He aquí, doña Catalina, que estás muerta; yo, mientras viviste, nunca pude obtener de ti una sola mirada; por lo que, ahora que no podrás prohibírmelo, muerta como estás, te quitaré algún beso.” Y dicho esto, siendo ya de noche, organizando las cosas para que su ida fuese secreta, montando a caballo con un servidor suyo, sin detenerse un momento, llegó a donde sepultada estaba la dama; y abriendo la sepultura, en ella con cuidado y cautela entró, y echándose a su lado, su rostro acercó al de la señora y muchas veces derramando muchas lágrimas, la besó. Pero así como vemos que el apetito de los hombres no está nunca contento con ningún límite, sino que siempre desea más, y especialmente el de los amantes, habiendo éste decidido no quedarse allí, se dijo: “¡Bah!, ¿por qué no le toco, ya que estoy aquí, un poco el pecho? No debo tocarla más y nunca la he tocado”. <<

(El Decamerón de Giovanni Boccaccio, del cuento cuarto de la décima jornada).

Homosexualidad en El Decamerón:

A continuación una historia del Decamerón muy graciosa como es su estilo, y con erotismo humorístico, pero esta vez, con un personaje de otra “orientación” que más que críticas, trae un humor mucho más picante:

“Pero bien sé que a la mañana siguiente en la plaza se vio el joven no muy seguro de a quién había acompañado más por la noche, si a la mujer o al marido.”

Pietro de Vinciolo va a cenar fuera; su mujer manda venir a un muchacho, vuelve Pietro; ella lo esconde bajo un cesto de pollos; Pietro dice que en casa de Hercolano, con quien cenaba, han encontrado a un joven que allí había metido la mujer, su mujer censura a la mujer de Hercolano; un burro pone la pata, por desgracia, sobre los dedos del que estaba bajo el cesto; éste grita; Pietro corre allí, lo ve, descubre el engaño de la mujer, con quien al fin hace las paces a causa de su desdichado vicio.

Había llegado a su fin el discurrir de la reina, siendo por todos alabado que Dios dignamente hubiese galardonado a Federigo, cuando Dioneo, que nunca esperaba que se lo ordenasen, comenzó:

- No sé si creer que sea un vicio accidental y adquirido por los mortales por la maldad de sus costumbres, o si, por el contrario, es un defecto de la naturaleza el reírse con las cosas malas más que con las buenas obras, y especialmente cuando aquellas tales no nos tocan a nosotros. Y porque el trabajo que otras veces me he tomado, y ahora estoy por tomarme, no mira a ningún otro fin sino a quitarnos la tristeza y traernos risa y alegría, aunque la materia de la historia mía que va a seguir, enamoradas jóvenes, sea en algunas cosas menos que honesta, como puede causar deleite os la contaré; y vosotras, al oírla, haced lo que soléis hacer al entrar en los jardines, que extendiendo la delicada mano, cogéis las rosas y dejáis las espinas; lo que haréis dejando al mal hombre quedarse con su vicio y riendo alegremente de los amorosos engaños de su mujer, teniendo compasión de las desgracias ajenas si es necesario.

“ Hubo en Perusa, todavía no hace mucho tiempo, un hombre rico llamado Pietro de Vinciolo, el cual, tal vez más por engañar a los demás y disminuir la general opinión que de él tenían todos los perusinos que por deseo que tuviera de ello, tomó mujer; y estuvo la fortuna tan conforme con su apetito, que la mujer que tomó era una joven rolliza, de pelo rojo y encendida, que dos maridos mejor que uno habría querido y tuvo que quedarse con uno que mucho más a otra cosa que a ella tenía el ánimo d¡spuesto. Lo que ella, con el paso del tiempo conociendo, y viéndose hermosa y lozana y sintiéndose gallarda y poderosa, primero comenzó a enojarse mucho y a tener con su marido palabras de desprecio alguna vez y casi de continuo mala vida; después, viendo que esto más su consunción que la enmienda de la maldad del marido podría ser, se dijo:

Este desdichado me abandona para, con su deshonestidad andar en zuecos por lo seco; y yo me las arreglaré para llevar a otro en barco por lo lluvioso. Lo tomé por marido y le di grande y buena dote sabiendo que era un hombre y creyendo que deseaba aquello que desean y deben desear los hombres; si no hubiera creído que era hombre, no lo habría aceptado nunca. Él, que sabía que yo era una mujer, ¿por qué me tomó por mujer si las mujeres le disgustaban? Esto no puede sufrirse. Si no hubiera yo querido estar en el mundo me habría hecho monja; y si quiero estar, como quiero y estoy, si espero de éste placer y deleite tal vez puedo hacerme vieja esperando en vano; y cuando sea vieja, arrepintiéndome, en vano me doleré por haber perdido mi juventud, y para consolarla buen maestro es él con sus ejemplos para hacer que tome gusto a lo que a él le gusta, el cual gusto me honrará a mí mientras en él es muy reprobable; yo ofenderé sólo las leyes, mientras él ofende las leyes y a la naturaleza.

Habiendo, pues, la buena mujer, tenido tal pensamiento, y tal vez más de una vez, para darle secretamente cumplimiento hizo amistad con una vieja que no parecía sino santa Viridiana que da de comer a las serpientes, la cual siempre con el rosario en la mano iba a ganar todas las indulgencias y de nada sino de la vida de los Santos Padres hablaba y de las llagas de san Francisco, y por todos era tenida por santa; y cuando le pareció oportuno le explicó su intención cumplidamente. A quien la vieja dijo:

- Hija mía, sabe Dios (que sabe todas las cosas) que haces muy bien; y aunque no lo hicieras por otra cosa, deberíais hacerlo tú y todas las demás jóvenes para no perder el tiempo de vuestra juventud, porque ningún dolor es semejante a aquél, para quien tiene conocimiento, que es haber perdido el tiempo. ¿Y de qué diablos servimos nosotras después, cuando somos viejas, sino para cuidar las cenizas del fogón? Si alguna lo sabe y puede dar testimonio, soy yo; que ahora que soy vieja no sin grandísimas y amargas punzadas de ánimo conozco (y sin provecho) el tiempo que dejé perder; y aunque no lo perdiese todo, que no querría que creyeses que he sido una pazguata, no hice sin embargo, lo que habría podido hacer, de lo que, cuando me acuerdo, viéndome tal como me veo, que no encontraría quien me diese un poco de lumbre, Dios sabe el dolor que siento. A los hombres no les sucede así, nacen buenos para mil cosas, no sólo para ésta, y la mayor parte son más honrados de viejos que de jóvenes; pero las mujeres para ninguna otra cosa sino para darles hijos nacen, y por ello son estimadas. Y si tú no te has dado cuenta de otra cosa, sí debes darte de ésta: que nosotras siempre estamos dispuestas, lo que no sucede con los hombres; y además de esto, una mujer cansaría a muchos hombres, mientras muchos hombres no pueden cansar a una mujer; y porque para esto hemos nacido, de nuevo te digo que haces muy bien en darle a tu marido un pan por una hogaza, para que tu alma no tenga en su vejez que reprenderle a la carne. De esta manera cada uno tiene cuanto recoge, y especialmente las mujeres, que tienen que aprovechar mucho más el tiempo cuando lo tienen que los hombres, porque verás que cuando envejecemos ni el marido ni nadie nos quiere mirar, sino que nos echan a la cocina a contar historias al gato y a contar las ollas y las escudillas; y peor, que nos ponen en canciones y dicen: A las jóvenes los buenos bocados, y a las viejas, los desechados, y otras muchas cosas dicen. Y para no entretenerte más, te digo desde ahora que no podrías a nadie en el mundo descubrir tu intención que más útil te fuera que a mí, porque no hay nadie tan encumbrado a quien yo no me atreva a decirle lo que haga falta, ni tan duro o huraño que no lo ablande bien y lo lleve a aquello que quiera. Haz, pues, de manera que me enseñes quién te agrada, y déjame luego hacer a mí; pero una cosa te recuerdo hija mía: que cuides de mí, porque soy una persona pobre y quiero desde ahora que seas partícipe de todas mis indulgencias y de cuantos rosarios rece, para que Dios dé luz y candela a tus muertos.

Y terminó. Quedó, pues, la joven de acuerdo con la vieja en que si encontraba un mozuelo que por aquel barrio muy frecuentemente pasaba, de quien le dio todas las señas, que ya sabía lo que tenía que hacer; y dándole un trozo de carne salada la mandó con Dios. La vieja no pasados muchos días, ocultamente le metió aquel del que ella le había hablado en la alcoba, y de allí a poco tiempo otro, según los que le iban placiendo a la joven señora; la cual en lo que pudiese hacer en aquello, aunque temiendo al marido, no dejaba el negocio.

Sucedió que, debiendo una noche ir a cenar su marido con un amigo suyo que tenía por nombre Hercolano, la joven mandó a la vieja que hiciera venir a donde ella a un mancebo que era de los más hermosos y los más placenteros de Perusa; la cual, prestamente así lo hizo. Y habiéndose la señora con el joven sentado a la mesa a comer, he aquí que Pietro llamó a la puerta para que le abriesen. La mujer, oyendo esto, se tuvo por muerta; pero queriendo, si podía, ocultar al joven, no ocurriéndosele mandarlo ir o hacerle esconderse en otra parte, habiendo una galería vecina a la cámara en que cenaban, bajo un cesto de pollos que había allí le hizo refugiarse y le echó encima una tela de jergón que había hecho vaciar aquel día, y hecho esto, prestamente hizo abrir a su marido. Al cual, entrando en casa, le dijo:

- Muy pronto la habéis engullido esa cena.

Pietro repuso:

- No la hemos catado.

- ¿Y cómo ha sido eso? -dijo la mujer.

Pietro entonces dijo:

- Te lo diré. Estando ya a la mesa Hercolano, la mujer y yo sentimos estornudar cerca de nosotros, de lo que ni la primera vez ni la segunda nos preocupamos, pero el que había estornudado, estornudando la tercera vez y la cuarta y la quinta y muchas otras, a todos nos hizo maravillar; de lo que Hercolano, que algo enojado con la mujer estaba porque un buen rato nos había hecho estar a la puerta sin abrirnos, furioso dijo: ¿Qué quiere decir esto? ¿Quién es ese que así estornuda? Y levantándose de la mesa hacia una escalera que había cerca en cuyo hueco había una trampilla de madera, junto al pie de la escalera, donde poder ocultar alguna cosa quien lo hubiera querido, como vemos que mandan hacer los que hacen obra en sus casas, y pareciéndole que de allí venia el sonido del estornudo, abrió una puertecilla que había allí y cuando la hubo abierto, súbitamente salió el mayor tufo a azufre del mundo, como que antes habiendo venido el olor y quejándose había dicho la señora: Es que hace un rato he blanqueado mis velos con sulfuro, y luego el cacharro sobre el que los había tendido para que recibiesen el humo lo he puesto debajo de aquella escalera, así que ahora viene de allí. Y luego que Hercolano hubo abierto la puertecilla y se hubo disipado un poco el tufo, mirando dentro, vio al que estornudado había y seguía estornudando, obligándolo a ello la fuerza del azufre, y mientras estornudaba le había ya oprimido tanto el pecho el azufre que poco faltaba para que no hubiera estornudado nunca más. Hercolano, viéndolo, gritó: Ahora, veo, mujer, por lo que hace poco, cuando vinimos, tanto estuvimos a la puerta sin que nos abriesen; pero así no tenga yo nunca nada que me guste como que me las pagas. Lo que oyendo la mujer, y viendo que su pecado estaba descubierto, sin decir ninguna excusa, levantándose de la mesa, huyó y no sé adónde iría. Hercolano, no percatándose de que la mujer se escapaba, muchas veces dijo al que estornudaba que saliese, pero él, que ya no podía más, no se movía por nada que dijese Hercolano; por lo que Hercolano, cogiéndolo por un pie lo arrastró fuera, y corría a por un cuchillo para matarlo, pero yo, temiendo por mí mismo a la guardia, levantándome, no le dejé matar ni hacerle ningún daño, sino que gritando y defendiéndolo di ocasión a que corriesen allí los vecinos, los cuales, cogiendo al ya vencido joven, lo llevaron fuera de la casa no sé dónde; por las cuales cosas turbada nuestra cena, no solamente no la he engullido sino que ni siquiera la he catado, como te dije.

Oyendo la señora estas cosas, conoció que había otras tan listas como ella era, aunque a veces la desgracia le tocase a alguna, y con gusto hubiera defendido con palabras a la mujer de Hercolano; pero como reprobando la falta ajena le pareció abrir mejor camino a las suyas, comenzó a decir:

- ¡Qué buena cosa! ¡Qué buena y santa mujer debe ser ésa! ¡Qué promesa de mujer honrada, que me habría confesado con ella, tan devota me parecía! Y peor que, siendo ya vieja, muy buen ejemplo da a las jóvenes. Maldita sea la hora en que vino al mundo y la tal que vive aquí, que debe ser mujer perfidísima y mala, universal vergÜenza y vituperio de todas las mujeres de esta tierra, que olvidando su honestidad y la promesa hecha al marido y el honor de este mundo, a él, que es tal hombre y tan honrado ciudadano y que tan bien la trataba, por otro hombre no se ha avergonzado de injuriar, y a ella con él. Por mi salvación que de semejantes mujeres no habría que tener misericordia; habría que matarlas, habría que meterlas vivas en una hoguera y hacerlas cenizas.

Luego, acordándose de su amante que debajo del cesto muy cerca de allí tenía, comenzó a animar a Pietro a que se fuese a la cama, porque ya era hora. Pietro, que más gana tenía de comer que de dormir, preguntaba, sin embargo, si no había nada de cena, a lo que la mujer respondía:

- ¡Si, cena va a haber! Acostumbramos a hacer cena cuando tú no estás. ¡Sí que soy yo la mujer de Hercolano! ¡Bah! ¿Por qué no te vas a dormir por esta noche? ¡Es lo mejor que podrías hacer!

Sucedió que habiendo venido por la noche algunos labradores de Pietro con algunas cosas del pueblo, y habiendo dejado sus burros, sin darles de beber, en una pequeña cuadra que había junto a la galería, uno de los burros, que tenía muchísima sed, sacada la cabeza del cabestro, había salido de la cuadra y andaba olfateando todo por si encontraba agua; y yendo así llegó ante el cesto bajo el cual estaba el mancebo, el cual, como tenía que estar a gatas, había estirado los dedos de una de las manos en el suelo fuera del cesto, y tanta fue su suerte, o su desgracia si queremos, que este burro le puso encima la pata, por lo que, sintiendo un grandísimo dolor, dio un gran grito.

Oyendo el cual Pietro, se maravilló y se dio cuenta de que era dentro de la casa; por lo que, saliendo de la alcoba y sintiendo todavía quejarse a aquél, no habiendo todavía el burro levantado la pata de los dedos sino aplastándolos todavía fuertemente, dijo:

- ¿Quién anda ahí?

Y corriendo a la cesta, y levantándola, vio al joven, el cual, además de dolor que sentía porque el burro le aplastaba los dedos, temblaba de miedo de que Pietro le hiciera algún daño. Y siendo reconocido por Pietro, como que Pietro por sus vicios había andado tras él mucho tiempo, preguntándole a él:

- ¿Qué haces tú aquí?

Nada le respondió sino que le rogó que por amor de Dios no le hiciese daño. El cual, siendo reconocido por Pietro, dijo:

- Levántate y no temas que te haga yo ningún daño: pero dime cómo has venido aquí y por qué.

El jovencillo le dijo todo; no menos contento Pietro de haberlo encontrado que dolida su mujer, tomándolo de la mano se lo llevó con él a la alcoba, en la cual la mujer con el mayor miedo del mundo lo esperaba.

Y sentándose Pietro frente a ella le dijo:

- Si tanto censurabas hace un momento a la mujer de Hercolano y decías que debían quemarla y que era vergüenza de todas vosotras, ¿cómo no lo decías de ti misma? O si no querías decirlo de ti, ¿cómo tenías el valor de decirlo de ella sabiendo que habías hecho lo mismo que ella había hecho? Seguro que nada te inducía a ello sino que todas sois iguales, y con culpar a las otras queréis tapar vuestras faltas: ¡que baje fuego del cielo y os queme a todas, raza malvada que sois!

La mujer, viendo que para empezar no le había hecho daño más que de palabra, y pareciéndole que se derretía porque tenía de la mano a un jovencito tan hermoso, cobró valor y dijo:

- Segura estoy de que querrías que bajase fuego del cielo que nos quemase a todas, como que te gustamos tanto como a un perro los palos; pero por la cruz de Dios que no será así. Pero con gusto hablaré un poco contigo para saber de qué te quejas; y ciertamente que saldría bien si me comparas con la mujer de Hercolano, que es una vieja santurrona gazmoña y él le da todo lo que quiere y la quiere como se debe querer a la mujer, lo que a mí no me pasa. Que, aunque me vistas y me calces bien, bien sabes cómo ando de lo demás y cuánto tiempo hace que no te acuestas conmigo; y más querría andar vestida con harapos y descalza y que me tratases bien en la cama que tener todas estas cosas tratándome como me tratas. Y entiende bien, Pietro, que soy una mujer como las demás, y me gusta lo que a las otras, así que porque me lo busque yo si tú no me lo das no es para insultarme, por lo menos te respeto tanto que no me voy con criados ni con tiñosos.

Pietro se dio cuenta de que las palabras no cesarían en toda la noche, por lo que, como quien poco se preocupaba de ella, dijo:

- Calla ya, mujer: que te daré gusto en eso; bien harías en darnos de cenar algo, que me parece que este muchacho, igual que yo, no habrá cenado todavía.

- Claro que no -dijo la mujer-, que no ha cenado, que cuando tú llegaste en mala hora, nos sentábamos a la mesa para cenar.

- Pues anda -dijo Pietro-, danos de cenar y luego yo arreglaré las cosas de modo que no tengas que quejarte.

La mujer, levantándose al oír al marido contento, prestamente haciendo poner la mesa, hizo venir la cena que estaba preparada y junto con su vicioso marido y con el joven cenó alegremente. Después de la cena, lo que Pietro se proponía para satisfacción de los tres se me ha olvidado; pero bien sé que a la mañana siguiente en la plaza se vio el joven no muy seguro de a quién había acompañado más por la noche, si a la mujer o al marido. Por lo que tengo que deciros, señoras mías, que a quien te la hace se la hagas; y si no puedes, que no se te vaya de la cabeza hasta que lo consigas, para que lo que el burro da contra la pared lo mismo reciba.”

FIN

Cómo Meter al Diablo en el Infierno (Decamerón)

Cómo meter al diablo en el infierno.


(Tercera Jornada del Decamerón, cuento décimo).


Alibech se hace ermitaña, y el monje Rústico la enseña a meter el diablo en el infierno, después, llevada de allí, se convierte en la mujer de Neerbale.


Dioneo, que diligentemente la historia de la reina escuchando había, viendo que estaba terminada y que sólo a él le faltaba novelar, sin esperar órdenes, sonriendo, comenzó a decir:


“Graciosas señoras, tal vez nunca hayáis oído contar cómo se mete al diablo en el infierno, y por ello, sin apartarme casi del argumento sobre el que vosotras todo el día habéis discurrido, os lo puedo decir: tal vez también podáis salvas vuestras almas luego de haberlo aprendido, y podréis también conocer que por mucho que Amor en los alegres palacios y las blandas cámaras más a su grado que en las pobres cabañas habite, no por ello alguna vez deja de hacer sentir sus fuerzas entre los tupidos bosques y los rígidos Alpes, por lo que comprender se puede que a su potencia están sujetas todas las cosas. Viniendo, pues, al asunto, digo que en la ciudad de Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en qué materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La joven, que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente deseo sino por un impulso pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente hacia el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran trabajo suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un santo varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le preguntó qué es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios, estaba buscando ponerse a su servicio, y también quién le enseñara cómo se le debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres y dátiles, y agua a beber, le dijo:

-Hija mía, no muy lejos de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de lo que soy yo: irás a él.

Y le enseñó el camino; y ella, llegada a él y oídas de éste estas mismas palabras, yendo más adelante, llegó a la celda de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre era Rústico, y la petición le hizo que a los otros les había hecho. El cual, por querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o seguir más adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo que se acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las fuerzas de éste, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y dejando a un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a la memoria la juventud y la hermosura de ésta comenzó, y además de esto, a pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que no se apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba de ella.

Y probando primero con ciertas preguntas que no había nunca conocido a hombre averiguó, y que tan simple era como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de servir a Dios, debía traerla a su voluntad. Y primeramente con muchas palabras le mostró cuán enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego le dio a entender que el servicio que más grato podía ser a Dios era meter al demonio en el infierno, adonde Nuestro Señor lo había condenado. La jovencita le preguntó cómo se hacía aquello; Rústico le dijo:

-Pronto lo sabrás, y para ello harás lo que a mí me veas hacer. Y empezó a desnudarse de los pocos vestidos que tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y se puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la hizo ponerse a ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca inflamado en su deseo al verla tan hermosa, sucedió la resurrección de la carne; y mirándola Alibech, y maravillándose, dijo:

-Rústico, ¿qué es esa cosa que te veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?

-Oh, hija mía -dijo Rústico-, es el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa grandísima molestia, tanto que apenas puedo soportarlo.

Entonces dijo la joven:

-Oh, alabado sea Dios, que veo que estoy mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.

Dijo Rústico:

-Dices bien, pero tienes otra cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.

Dijo Alibech:

-¿El qué?

Rústico le dijo:

-Tienes el infierno, y te digo que creo que Dios te haya mandado aquí para la salvación de mi alma, porque si ese diablo me va a dar este tormento, si tú quieres tener de mí tanta piedad y sufrir que lo meta en el infierno, me darás a mí grandísimo consuelo y darás a Dios gran placer y servicio, si para ello has venido a estos lugares, como dices.

La joven, de buena fe, repuso:

-Oh, padre mío, puesto que yo tengo el infierno, sea como queréis.

Dijo entonces Rústico:

-Hija mía, bendita seas. Vamos y metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.

Y dicho esto, llevada la joven encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía ponerse para poder encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca había puesto en el infierno a ningún diablo, la primera vez sintió un poco de dolor, por lo que dijo a Rústico:

-Por cierto, padre mío, mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios, que aun en el infierno, y no en otra parte, duele cuando se mete dentro.

Dijo Rústico:

-Hija, no sucederá siempre así.

Y para hacer que aquello no sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija lo metieron allí, tanto que por aquella vez le arrancaron tan bien la soberbia de la cabeza que de buena gana se quedó tranquilo. Pero volviéndole luego muchas veces en el tiempo que siguió, y disponiéndose la joven siempre obediente a quitársela, sucedió que el juego comenzó a gustarle, y comenzó a decir a Rústico:

-Bien veo que la verdad decían aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era cosa tan dulce; y en verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera yo que tanto deleite y placer me diese como es el meter al diablo en el infierno; y por ello me parece que cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se ocupa es un animal.

Por la cual cosa, muchas veces iba a Rústico y le decía:

-Padre mío, yo he venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el infierno.

Haciendo lo cual, decía alguna vez:

-Rústico, no sé por qué el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena gana como el infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría nunca.

Así, tan frecuentemente invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había quitado la lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío en que otro hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza:

-Y nosotros, por la gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.

Y así impuso algún silencio a la joven, la cual, después de que vio que Rústico no le pedía más meter el diablo en el infierno, le dijo un día:

-Rústico, si tu diablo está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila; por lo que bien harás si con tu diablo me ayudas a calmar la rabia de mi infierno, como yo con mi infierno te he ayudado a quitarle la soberbia a tu diablo.

Rústico, que de raíces de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le dijo que muchos diablos querrían poder tranquilizar al infierno, pero que él haría lo que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era tan raramente que no era sino arrojar un haba en la boca de un león; de lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios cuanto quería, mucho rezongaba. Pero mientras que entre el diablo de Rústico y el infierno de Alibech había, por el demasiado deseo y por el menor poder, esta cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la propia casa ardió el padre de Alibech con cuántos hijos y demás familia tenía; por la cual cosa Alibech de todos sus bienes quedó heredera. Por lo que un joven llamado Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus haberes, oyendo que ésta estaba viva, poniéndose a buscarla y encontrándola antes de que el fisco se apropiase de los bienes que habían sido del padre, como de hombre muerto sin herederos, con gran placer de Rústico y contra la voluntad de ella, la volvió a llevar a Cafsa y la tomó por mujer, y con ella de su gran patrimonio fue heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a Dios en el desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso que le servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había cometido un gran pecado con haberla arrancado a tal servicio. Las mujeres preguntaron:

-¿Cómo se mete al diablo en el infierno?

La joven, entre palabras y gestos, se los mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se ríen, y dijeron:

-No estés triste, hija, no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios Nuestro Señor en eso.

Luego, diciéndoselo una a otra por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más agradable servicio que a Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el infierno; el cual dicho, pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y por ello vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello es cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y mucho bien puede nacer de ello y seguirse.”



FIN

Fragmento Machista del Decamerón (pa puro hacer odiar)

(Terminado El Decamerón, libro de 600 páginas, subiré algunas entradas de él, fragmentos y/o historias).


He aquí un fragmento del Decamerón para puro hacer odiar por su tono y contenido machista (enunciado para más, por una mujer), pero en verdad, no lo comparto con el ánimo de quejarme, ya que hay que recordar la época en que se escribió y de la que estamos ya muy lejos de ella, tanto en costumbres como en pensamientos, aunque, sin embargo, cabe mirar que si sentimos que algo en este escrito aún pasa hoy en día, bien sería entonces quejarnos, porque no corresponde a los tiempos, ni a las personas, que rabia… ¬¬


Novena jornada del Decamerón, cuento noveno (fragmento):


>> Amables señoras, si con mente recta miramos el orden de las cosas, muy fácilmente conoceremos que toda la universal multitud de las mujeres está a los hombres sometida por la naturaleza y por las costumbres y por las leyes, y que según el discernimiento de éstos conviene que se rijan y gobiernen; y por ello, todas las que quieran tranquilidad, consuelo y reposo tener con los hombres a quienes pertenecen, deben ser con ellos humildes, pacientes y obedientes, además de honestas, lo que es especial tesoro de cada una. Y si en cuanto a esto las leyes, que al bien común miran en todas las cosas, no nos enseñasen (y el uso y la costumbre que queremos decir, cuyas fuerzas son grandísimas y dignas de ser reverenciadas) la naturaleza muy abiertamente lo muestra, que nos ha hecho en el cuerpo delicadas y blandas, en el ánimo tímidas y miedosas, en las mentes benignas y piadosas, y nos ha dado flacas las corporales fuerzas, las voces amables y los movimientos de los miembros suaves; cosas todas que testimonian que tenemos necesidad del gobierno ajeno. Y quien tiene necesidad de ser ayudado y gobernado, toda razón quiere que sea obediente y que esté sometido y reverencie a su ayudador y gobernador; ¿y quiénes nos ayudan y gobiernan a nosotras sino los hombres? Pues a los hombres debemos, sumamente honrándoles, someternos; y la que de esto se aparte estimo que sea dignísima no solamente de dura reprensión, sino también de áspero castigo.


Y a tal consideración, aunque ya la haya hecho otra vez, me ha traído hace poco Pampínea con lo que contó de la irritable mujer de Talano: a quien Dios mandó el castigo que su marido no había sabido darle; y por ello juzgo yo que son dignas (como ya dije) de duro y áspero castigo todas aquellas que se apartan de ser amables, benévolas y dóciles como lo quieren la naturaleza, la costumbre y las leyes.


Por lo que me agrada contaros el consejo que dio Salom6n, como útil medicina para curar a aquellas que están afectadas de este mal; el cual, ninguna que no sea merecedora de tal medicina, piense que se dice por ella, aunque los hombres acostumbren decir tal proverbio: Espuelas pide el buen caballo y el malo, y la mujer buena y mala pide palo. Las cuales palabras, quien quisiera interpretarlas jocosamente, inmediatamente concedería que son ciertas de todas, pero aun queriendo interpretarlas moralmente, digo que habría que admitirlas.


Son naturalmente las mujeres todas volubles e influenciables y por ello, para corregir la inquietud de quienes se dejan ir demasiado lejos de los límites impuestos, se necesita el bastón que las castigue, y para sustentar la virtud de las demás, que no se dejen resbalar, es necesario el bastón que las sostenga y las asuste. (…) <<