Seré morbosa, je! Aquí un pequeño fragmento de Cumbres Borrascosas de Emily Bronte:
>>Viéndome solo y discurriendo que dos varas de tierra floja eran la única valla que nos separaba, dije para mis adentros: “¡La volveré a tener en mis brazos! Si está fría, pensaré que el cierzo me hiela a mí; si está inmóvil, que duerme”.<<
- Te diré lo que hice ayer. Mandé al sepulturero, que estaba cavando la fosa de Linton, que apartase la tierra del ataúd de Catherine, y abrí. Llegué a pensar que allí me quedaría cuando volví a ver su rostro; ¡es aún el suyo! Duro trabajo tuvo en separarme; pero dijo que se alteraría expuesto a la intemperie, y así de golpe, desgajé un lado del ataúd y lo cubrí de tierra (no el lado de Linton, ¡maldito sea!, ¡ojalá estuviera el suyo soldado en plomo!) y soborné al sepulturero para que lo quite cuando me entierren, y para que quite también el mío. Así se hará; y entonces, cuando venga Linton con nosotros, no podrá reconocernos.
- ¡Fue usted muy malvado, señor Heathcliff! – exclamé - ¿No se avergonzó usted de perturbar la muerte?
- No perturbé a nadie, Nelly – replicó – y me procuré a mi mismo un leve desahogo. Estaré mucho más tranquilo bajo tierra, cuando vaya allí. ¿Perturbarla? ¡No! Ella me perturbó día y noche durante dieciocho años - sin cesar, sin remordimiento – hasta ayer noche; y entonces me apacigüé. Soñé que dormía mi último sueño junto a ella, mi corazón parado y mi mejilla helada contra la suya.
- Y si se hubiera ella disuelto en la tierra, o cosa peor, ¿qué hubiera usted soñado entonces? – dije.
- ¡Qué me disolvía con ella, y que era aún más feliz! – contestó -. ¿Piensas tú que temo cualquier cambio de este género? Esperaba tal transformación al levantar la tapa; pero prefiero que no principie hasta que yo la comparta. Además, si yo no hubiera tenido la impresión clara de sus rasgos impasibles, difícilmente habría desaparecido aquel extraño sentimiento. Empezó de un modo raro. Ya sabes tú cómo me hizo delirar su muerte; y eternamente, de un dia a otro, no cesaba de rogarle que volviese a mí (su espíritu); tengo una gran fe en las almas; ¡tengo la convicción de que pueden existir y que de hecho existen con nosotros! El día que la enterraron cayó una nevada. Al anochecer me fui al cementerio. Soplaba un cierzo helado, como en invierno; todo estaba solitario alrededor. No temía que el necio de su marido saliese tan tarde de su madriguera, y nadie más tenía motivo de andar por allí.
>> Viéndome solo y discurriendo que dos varas de tierra floja eran la única valla que nos separaba, dije para mis adentros: “¡La volveré a tener en mis brazos! Si está fría, pensaré que el cierzo me hiela a mí; si está inmóvil, que duerme”.
>> Tomé una azada de la garita de herramientas, y empecé a cavar con toda mi fuerza, hasta que raspé el ataúd. Entonces me di a trabajar con las manos; la madera comenzó a crujir por los tornillos; estaba a punto de lograr mi objeto, cuando me pareció oír un suspiro de alguien que estaba encima, y se inclinaba junto al borde de la tumba. “¡Si pudiera tan sólo quitar esto!”. Murmuré; y después, “¡ojalá nos echen tierra sobre los dos!”. Y me encarnizaba en ello aún más desesperadamente. Percibí otro suspiro junto a mi oído. Parecióme sentir como un tibio hálito, que desviaba el viento cargado de nieve. Bien me constaba que no había allí ningún ser viviente; pero, así como percibimos la proximidad de algún cuerpo en las tinieblas, aunque no podamos discernirlo, tan cierto yo sentí que allí estaba Chaterine, no debajo de mí, sino sobre la tierra. Una súbita sensación de alivio corrió de mi corazón a todos los miembros. Abandoné mi angustioso afán, y volví, al punto, consolado, indeciblemente consolado. Conmigo estaba su presencia; (…) <<
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