Fragmento que demuestra por completo mi opinión
respecto a su prosa prácticamente poética, cruda y figurada, a través del sexo
oral de un travesti enamorado a un guerrillero ebrio en el sofá:
>> (…) Con infinita dulzura deslizó la mano entre el
estómago y el elástico del slip, hasta tomar como una porcelana el cuerpo tibio
de ese nene en reposo. Apenas lo acunó en su palma y lo extrajo a la luz tenue
de la pieza, desenrollando en toda su extensión la crecida guagua-boa, que al
salir de la bolsa se soltó como un látigo. Tal longitud exhibía la robustez de
un trofeo de guerra, un grueso dedo sin uña que pedía a gritos una boca que
anillara su amoratado glande. Y la loca así lo hizo, sacándose la placa de
dientes, se mojó los labios con saliva para resbalar sin trabas ese péndulo que
campaneó en sus encías huecas. En la concavidad húmeda lo sintió chapotear,
moverse, despertar, corcoveando agradecido de ese franeleo lingual. Es un
trabajo de amor, reflexionaba al escuchar la respiración agitada de Carlos en
la inconsciencia etílica. No podría ser otra cosa, pensó al sentir en el
paladar el pálpito de ese animalito recobrando la vida. Con la finura de una
geisha, lo empuñó extrayéndolo de su boca, lo miró erguirse frente a su cara, y
con la lengua afilada en una flecha, dibujó con un cosquilleo baboso el aro
mora de la calva reluciente. Es un arte de amor, se repetía incansable, oliendo
los vapores de macho etrusco que exhalaba ese hongo lunar. Las mujeres no saben
de esto, supuso, ellas solo lo chupan, en cambio las locas elaboran un bordado
cantante en la sinfonía de su mamar. Las mujeres succionan nada más, en tanto
la boca-loca primero aureola el ajuar del gesto. La loca solo degusta y luego
trina su catadura lírica por el micrófono carnal que expande su radiofónica
libación. Es como cantar, concluyó, interpretarle a Carlos un himno de amor
directo al corazón. Pero nunca lo sabrá, le confidenció con tristeza al muñeco
que tenía en su mano, u la miraba tiernamente con su ojo de cíclope tuerto.
Carlos, tan borracho y dormido, nunca se va a enterar de su mejor regalo de
cumpleaños, le dijo al títere moreno besando con terciopelo suavidad el pequeño
agujero de su boquita japonesa. Y en respuesta, el mono solidario le brindó una
gran lágrima de vidrio para lubricar el canto reseco de su incomprendida
soledad. <<
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