Fanfic Koi Suru Bou Kun

Proyecto Challengers!

martes, 17 de junio de 2014

Fragmento de "Hombrecitos" de Louisa M. Alcott

*Peligro, pueden llorar D:!*




—Hagamos que la primera persona que atraviese el um­bral de esa puerta nos cuente una historia.
Los chicos acogieron la idea muy entusiasmados. Al poco rato, escucharon unos lentos pasos en el pasillo. Era Silas, quien traía más leña. Ante su sorpresa, los muchachos aplau­dieron su llegada. Franz le explicó: estaba "condenado" a con­tarles un cuento, real o imaginario.

El buen hombre trató de disculparse, diciéndoles que nada sabía de historias, pero ante la insistencia de los chicos, apoyando su asiento contra el muro, habló lentamente:
—Como sabrán, yo fui soldado. Pertenecía al regimiento de caballería, y tenía un hermoso caballo llamado Mayor, in­teligente y bueno. Nos queríamos mucho. Sobre él es la his­toria que les voy a relatar:

"Durante la primera acción en que intervinimos —prosiguió—, en la confusión de la pelea, recibí un balazo en un brazo, y caí al suelo. Me levanté como pude, y no vi a mi caballo. Estaba ya dispuesto a regresar a pie al campamento, cuando un corto relincho me hizo volver la cabeza: allí estaba Mayor, esperándome. Monté como pude y, con la mano sana, traté de guiarlo hacia el campamento, pero él, demostrando tener más valor que yo, se encaminó hacia donde corrían los demás. Varias veces intenté desviarlo, pero el ruido de las armas y el olor de la pólvora parecían haberlo sacado de quicio. Excitado, relinchaba, demostrando su im­paciencia, hasta que tuve que ceder. Entonces, a toda carrera, me llevó hasta lo más reñido de la pelea."
—¡Hurra por Mayor! —exclamó Dan.

—¡Hurraaaa! —gritaron a coro los chicos.
—Lo cierto del caso —continuó Silas— es que Mayor me contagió su entusiasmo, al extremo de hacerme olvidar mi dolorosa herida. Peleé con verdadero espíritu hasta que el estallido de una granada arrojó por tierra a todo nuestro grupo. Ignoro cuánto tiempo estuve inconsciente, pero al recobrar el sentido, me hallé junto a un muro, con el hombro baleado y una pierna rota. Algo más: allí estaba Mayor..., ¡pero con el vientre abierto por la granada!

—¿Qué hiciste por él? —preguntó inquieta Nan.
—Pues, como pude, llegué hasta mi noble animal y tra­té de parar la sangre. Pero la herida era profunda. Al amanecer empezó a sacar la lengua, tenía sed. Para aliviarlo, lo aireaba con mi sombrero. Cerca de nosotros, un hombre del bando contrario se moría. Le pasé mi pañuelo para que se cubriera, pues el sol le daba en la cara. Él me agradeció y, a su vez, me dijo:

—Mi cantimplora tiene agua, yo ya no la necesito.
—¿Y eran enemigos? —preguntó asombrado uno de los chicos.

—Sí; en la lucha. ¡Pero en los momentos de desgracia todos somos hermanos!
—¡Sigue la historia, por favor, Silas! —dijeron impacientes los muchachos.

—Pues bien; le hice beber el agua a Mayor, para ver si se reanimaba. Pero el alivio que ésta le produjo duró muy poco, pues seguía desangrándose. Ésta fue la razón por la que tuve que matarlo de un tiro. Yo sé que lo comprendió y me perdonó.
—¿Cómo te decidiste? —preguntó alguien.

—Largo rato lo acaricié, mientras le hablaba. Luego de despedirme y, mirando por última vez sus tranquilos ojos, cobré valor y disparé. El tiro fue certero; a la sien. Murió en el acto. Después... me arrojé sobre él y, abrazándolo, lloré mucho y fuerte, como lloran las mujeres y los niños. Yo soy así; es tonto, ¿no? —Silas se pasó la manga por los ojos.
—¿Murió el soldado enemigo? —preguntó Nan, ansiosa.

—No en seguida; fue en la enfermería, donde yo había pedido que lo llevaran.
—¿Y tú te quedaste? —preguntó Jack.

—Sí; un momento más, hasta que me pudieron llevar.
—Habrás quedado tranquilo por haber sido tan bueno con aquel soldado enemigo —dijo Demi, visiblemente emocionado.

—Sí —suspiró, añadiendo—: Ese pensamiento me consolaba mientras esperaba abrazado al cuello de Mayor.
—¡Pobre Mayor! —suspiró Daisy.

—Mi deseo era enterrarlo, pero no pude. Corté un poco de su crin para recuerdo. Mírala, Daisy, aquí la tengo.
La niña secó sus ojos para contemplar mejor aquel recuerdo de Mayor que el viejo Silas iba a mostrarle.

Del fondo de su viejo bolso, Silas extrajo un envoltorio de papel oscuro. Lo desdobló y lo puso cariñosamente en las manos de la niña.
En silencio, la pequeña Daisy ayudó al jardinero a en­volver su recuerdo.

—Mil gracias por tu relato. Es hermoso..., aunque lloré mucho a causa de él —dijo Daisy con su acostumbrada ama­bilidad.
—Muy linda tu historia. Nos encantó —expresaron todos a la vez, comprendiendo que habían escuchado el relato de un héroe contado por otro héroe.

Silas, satisfecho y contento del recibimiento que le habían dado los chicos y orgulloso por su éxito, se retiró lentamente, mientras los incansables muchachos quedaban al acecho del próximo visitante que cruzara el umbral de la puerta. <<



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