—Hagamos que
la primera persona que atraviese el umbral de esa puerta nos cuente una
historia.
Los chicos
acogieron la idea muy entusiasmados. Al poco rato, escucharon unos lentos pasos
en el pasillo. Era Silas, quien traía más leña. Ante su sorpresa, los muchachos
aplaudieron su llegada. Franz le explicó: estaba "condenado" a contarles
un cuento, real o imaginario.
El buen hombre
trató de disculparse, diciéndoles que nada sabía de historias, pero ante la
insistencia de los chicos, apoyando su asiento contra el muro, habló
lentamente:
—Como sabrán,
yo fui soldado. Pertenecía al regimiento de caballería, y tenía un hermoso
caballo llamado Mayor, inteligente y bueno. Nos queríamos mucho. Sobre él es
la historia que les voy a relatar:
"Durante
la primera acción en que intervinimos —prosiguió—, en la confusión de la pelea,
recibí un balazo en un brazo, y caí al suelo. Me levanté como pude, y no vi a
mi caballo. Estaba ya dispuesto a regresar a pie al campamento, cuando un corto
relincho me hizo volver la cabeza: allí estaba Mayor, esperándome. Monté como
pude y, con la mano sana, traté de guiarlo hacia el campamento, pero él,
demostrando tener más valor que yo, se encaminó hacia donde corrían los demás.
Varias veces intenté desviarlo, pero el ruido de las armas y el olor de la
pólvora parecían haberlo sacado de quicio. Excitado, relinchaba, demostrando su
impaciencia, hasta que tuve que ceder. Entonces, a toda carrera, me llevó
hasta lo más reñido de la pelea."
—¡Hurra por
Mayor! —exclamó Dan.
—¡Hurraaaa!
—gritaron a coro los chicos.
—Lo cierto del
caso —continuó Silas— es que Mayor me contagió su entusiasmo, al extremo de
hacerme olvidar mi dolorosa herida. Peleé con verdadero espíritu hasta que el
estallido de una granada arrojó por tierra a todo nuestro grupo. Ignoro cuánto
tiempo estuve inconsciente, pero al recobrar el sentido, me hallé junto a un
muro, con el hombro baleado y una pierna rota. Algo más: allí estaba Mayor...,
¡pero con el vientre abierto por la granada!
—¿Qué hiciste
por él? —preguntó inquieta Nan.
—Pues, como
pude, llegué hasta mi noble animal y traté de parar la sangre. Pero la herida
era profunda. Al amanecer empezó a sacar la lengua, tenía sed. Para aliviarlo,
lo aireaba con mi sombrero. Cerca de nosotros, un hombre del bando contrario se
moría. Le pasé mi pañuelo para que se cubriera, pues el sol le daba en la cara.
Él me agradeció y, a su vez, me dijo:
—Mi
cantimplora tiene agua, yo ya no la necesito.
—¿Y eran
enemigos? —preguntó asombrado uno de los chicos.
—Sí; en la
lucha. ¡Pero en los momentos de desgracia todos somos hermanos!
—¡Sigue la
historia, por favor, Silas! —dijeron impacientes los muchachos.
—Pues bien; le
hice beber el agua a Mayor, para ver si se reanimaba. Pero el alivio que ésta
le produjo duró muy poco, pues seguía desangrándose. Ésta fue la razón por la
que tuve que matarlo de un tiro. Yo sé que lo comprendió y me perdonó.
—¿Cómo te
decidiste? —preguntó alguien.
—Largo rato lo
acaricié, mientras le hablaba. Luego de despedirme y, mirando por última vez
sus tranquilos ojos, cobré valor y disparé. El tiro fue certero; a la sien.
Murió en el acto. Después... me arrojé sobre él y, abrazándolo, lloré mucho y
fuerte, como lloran las mujeres y los niños. Yo soy así; es tonto, ¿no? —Silas
se pasó la manga por los ojos.
—¿Murió el
soldado enemigo? —preguntó Nan, ansiosa.
—No en
seguida; fue en la enfermería, donde yo había pedido que lo llevaran.
—¿Y tú te
quedaste? —preguntó Jack.
—Sí; un
momento más, hasta que me pudieron llevar.
—Habrás
quedado tranquilo por haber sido tan bueno con aquel soldado enemigo —dijo
Demi, visiblemente emocionado.
—Sí —suspiró,
añadiendo—: Ese pensamiento me consolaba mientras esperaba abrazado al cuello
de Mayor.
—¡Pobre Mayor!
—suspiró Daisy.
—Mi deseo era
enterrarlo, pero no pude. Corté un poco de su crin para recuerdo. Mírala,
Daisy, aquí la tengo.
La niña secó
sus ojos para contemplar mejor aquel recuerdo de Mayor que el viejo Silas iba a
mostrarle.
Del fondo de
su viejo bolso, Silas extrajo un envoltorio de papel oscuro. Lo desdobló y lo
puso cariñosamente en las manos de la niña.
En silencio,
la pequeña Daisy ayudó al jardinero a envolver su recuerdo.
—Mil gracias
por tu relato. Es hermoso..., aunque lloré mucho a causa de él —dijo Daisy con
su acostumbrada amabilidad.
—Muy linda tu
historia. Nos encantó —expresaron todos a la vez, comprendiendo que habían
escuchado el relato de un héroe contado por otro héroe.
Silas,
satisfecho y contento del recibimiento que le habían dado los chicos y
orgulloso por su éxito, se retiró lentamente, mientras los incansables
muchachos quedaban al acecho del próximo visitante que cruzara el umbral de la
puerta. <<
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