Fanfic Koi Suru Bou Kun

Proyecto Challengers!

martes, 3 de junio de 2014

Parte Hot en "Memorias de una Geisha" (novela)

Perdón, no pude evitar mi morbocidad para publicar este estracto de pasión (el único creo positivo, los demás son por así decirlo asquerosos :/ o demasiado puros que no llegan a seer pasionales) y bueno, aquí va:


>> Por esa época, un hombre llamado Yasuda Akira, que había aparecido en todas las revistas debido al éxito que había tenido un nuevo tipo de luces de bicicleta que él había inventado, empezó a venir regularmente a Gion. No era recibido en la Casa de Té Ichiriki, y, probablemente, tampoco hubiera podido pagárselo, pero aparecía tres o cuatro noches a la semana en una pequeña casa de té llamada Tatematsu, en Tominagacho, un distrito de Gion que no estaba lejos de nuestra okiya. Primero lo conocí en un banquete, una noche en la primavera de 1939, cuando yo tenía diecinueve años. Él era mucho más joven que el resto de los hombres a su alrededor, probablemente no pasaba de treinta, de modo que en cuanto entré en la habitación me fije en él. Tenía la misma dignidad del Presidente. Lo encontré muy atractivo, con las mangas de la camisa remangadas y la chaqueta del traje en el suelo detrás de él. Durante un momento me quedé mirando a un hombre de edad que estaba sentado a su lado. Levantó los palillos con un trozo de tofu asado y se los metió en una boca que no podía estar más abierta, lo cual me hizo pensar en una puerta que se abre de par en par para que entre lentamente una tortuga. Por el contrario, casi me desmayo al ver el brazo elegante y musculoso de Yasuda-san llevándose a la boca, sensualmente entreabierta, un trozo de carne.

Hice la ronda de hombre en hombre y cuando llegué junto a él me presenté, y él me dijo:
—Espero que me perdone.
—¿Perdonarle qué? —le pregunté.
—He sido un grosero —me contestó—. No he podido quitarle ojo en toda la noche.

Dejándome llevar de un impulso, eché mano al tarjetero bordado que llevaba debajo del obi y discretamente saqué una tarjeta y se la di. Las geishas siempre llevan encima tarjetas de visita, igual que los hombres de negocios. Las mías eran muy pequeñas, como la mitad del tamaño de una tarjeta de visita normal, y llevaban caligrafiadas en el pesado papel de arroz del que estaban hechas sólo dos palabras «Gion» y «Sayuri». Era primavera, de modo que llevaba unas tarjetas que tenían el fondo decorado con una colorida rama de ciruelo en flor. Yasuda se la quedó mirando un momento antes de guardársela en el bolsillo de la camisa. Me daba la sensación de que ninguna palabra que dijéramos habría sido más elocuente que esta sencilla interacción, de modo que le hice una reverencia y pasé a hablar con el siguiente. Desde ese día, Yasuda-san empezó a solicitar mi compañía en la Casa de Té Tatematsu todas las semanas. Nunca pude ir con la frecuencia con la que él quería. Pero como unos tres meses después de conocernos, una tarde apareció con un kimono de regalo. Me sentí muy halagada, aunque, en realidad, no era una prenda muy sofisticada —estaba tejida en una seda de no muy buena calidad con unos colores bastante chillones y un vulgar estampado de flores y mariposas. Quería que me lo pusiera para él alguna vez, y le prometí hacerlo. Pero cuando volví a la okiya esa noche, Mamita me vio subir con el paquete y me lo arrebató para ver su contenido. Sonrió despectivamente al ver el kimono y dijo que no permitiría que me vieran con algo tan poco atractivo puesto. Y al día siguiente lo vendió.

Cuando me enteré de lo que había hecho, le dije con la máxima claridad de la que fui capaz que aquel kimono era un regalo que me habían hecho a mí, no a la okiya, y que no estaba bien que lo hubiera vendido.

—Ciertamente era tuyo —me respondió—. Pero tú eres la hija de la okiya. Lo que pertenece a la okiya te pertenece a ti, pero a la inversa también.

Me enfadé tanto con Mamita que no podía ni mirarla. En cuanto a Yasuda-san, a quien le habría gustado verme con el kimono, le dije que debido a los colores y al estampado de mariposas y flores, sólo me lo podía poner al principio de la primavera, y como estábamos ya en verano, casi tendría que pasar un año para que pudiera vérmelo puesto. Esto no pareció molestarle mucho.

—¿Qué es un año? —dijo, mirándome con sus penetrantes ojos—. Por según que cosas esperaría mucho más.

Estábamos solos en el cuarto, y Yasuda-san dejó el vaso de cerveza sobre la mesa de una forma que me ruborizó. Buscó mi mano, y yo se la di, esperando que la retuviera un rato entre las suyas antes de soltarla. Pero, para mi sorpresa, se la llevó a los labios y empezó a besarla apasionadamente en la parte interna de la muñeca, de una forma que repercutió por todo mi cuerpo, hasta las rodillas. Me tengo por una mujer obediente; hasta ese momento siempre había hecho lo que me decían que hiciera Mamita o Mameha o incluso Hatsumono cuando no tenía más remedio; pero la combinación de enfado con Mamita y deseo de Yasuda-san me llevó a decidir hacer aquello que Mamita me había ordenado más explícitamente que no hiciera. Le dije que se reuniera conmigo en esa misma casa de té a medianoche, y lo dejé allí solo.

Justo antes de medianoche volví y hablé con una joven camarera. Le prometí una cantidad indecente de dinero si se encargaba de que nadie nos molestara a Yasuda-san y a mí, que ocuparíamos durante media hora una de las habitaciones del piso superior. Ya estaba allí esperando en la oscuridad, cuando la doncella abrió la puerta y entró Yasuda-san. Tiró el sombrero al tatami y me levantó del suelo antes incluso de que la puerta hubiera vuelto a cerrarse. Apretar mi cuerpo contra el suyo me resultó tan satisfactorio como una comida después de pasar hambre. Cuanto más me apretaba él, más lo apretaba yo. No me sorprendió la habilidad con la que sus manos se deslizaron por mis ropas, abriéndolas, para llegar a la piel. No diré que no experimenté en algún momento el mismo tipo de torpeza que solía experimentar con el general, pero, desde luego, no la noté de la misma forma. Mis encuentros con el general me recordaban a una vez que, siendo niña, intenté trepar a un árbol para arrancar cierta hoja de la copa. Todo era cuestión de moverse con cuidado y de soportar la incomodidad hasta alcanzar lo que quería. Pero con Yasuda-san me sentía como una niña corriendo libremente colina abajo. Un momento después, cuando yacíamos exhaustos en el tatami, le levanté la camisa y le puse la mano en el estómago para sentir su respiración. Nunca en mi vida había estado tan próxima a otro ser humano, aunque no habíamos dicho ni una palabra. <<

No hay comentarios: