Fanfic Koi Suru Bou Kun

Proyecto Challengers!

domingo, 1 de mayo de 2016

Fanfic chobits: Esperando por ti


No sé cómo viene la inspiración a las 3:00 de la mañana pero al fin pude descargar esta idea que estaba rondando mi cabeza hace años. Es un pequeño texto completamente paralelo a la serie chobits, solo comparte su universo pero estos personajes (sumamente anónimos y hasta poco claros) son los de una chica adulto-joven y su persocon masculino; los sentimientos crecen ¿con alguna dirección a seguir? La última parte nos sorprende con el último capítulo de la serie televisiva y sus consecuencias. 



Esperando por ti

No me dices nada cuando te digo “te quiero”, sigues mirándome con esos ojos tranquilos y esa dulce sonrisa, aunque estemos desnudos sobre la cama, mirándome fijamente, un persocon no puede regresarte un “te quiero”. Podría ordenártelo, podría decírtelo, pero no sería de verdad, ¿pero algo de esto es de verdad? Eres un robot al que instalé un programa para ser amante, pero a la vez rehusé instalar esas aplicaciones demasiado falsas para mí, esas aplicaciones que me dirían esas palabras, que por tanto que hicieran nunca darían brillo a tus ojos, no, no puedo ser tan falsa, no puedo obligarte, si es que puedo usar esa palabra, y no puedo porque precisamente… te quiero.

Te compré hace ya tres años, en realidad lo hice con esa intención, aunque al principio no quería reconocerlo siquiera para mí misma, pero fue buscándote, alguien, algo como tú porque soy demasiado extraña para involucrarme con alguien, alguien de verdad. Sabía que tú o me rechazarías, sabía que podía crear a alguien que yo quisiera, que no me exigiera aunque no me quisiera.

Pasó el tiempo y poco a poco me acerqué a ti, te toqué más, me atreví a besarte y por supuesto nunca me rechazaste, tu piel fría podía entibiarse con la mía, y aunque fue paulatino tras un año instalé ese programa para tener sexo contigo porque es imposible para mi hacerlo con alguien de verdad, contigo puedo ser libre, contigo puedo hacerlo como yo quiera porque siempre me aceptas, nunca exiges.

Pero perdí el control, tras pasar el tiempo hasta el día de hoy no puedo separarme de ti, evitar dejar tu boca, desearte… lo hago demasiado, y aunque no sientas nada yo siento por los dos, aunque no me des un te quiero por respuesta quiero confiar que tu inteligencia artificial puede entenderme.

Vamos de la mano por la calle, no es tan extraño hoy en día porque nadie lo toma en serio, soy tan joven que nadie lo toma en serio, pero si estamos solos te beso, tú respondes tan suavemente, entrecerrando los ojos, levantando los labios, solo respondes pero nunca tendrás iniciativa, con tu suave sonrisa solo aceptas nada de mi pero nunca exigirás nada, y por eso te quería, por eso te compré y te tengo, pero perdí el control, ¿Cómo es posible que sea tan inmadura para pedir más, a ti, a un robot? He hecho demasiado el amor contigo, sabía que si te usaba demasiado crearía una adicción, se sabe que como son común los persocon si se usan demasiado son adictivos, y por supuesto que hablo de sexo, la gente lo llama simple masturbación, que no eres diferente a un consolador pero para mí eres diferente… sé que no eres una persona, pero sentir tu peso sobre mí, tu movimiento siguen mis órdenes, tu piel fría calentándose por la mía, tu suave sonrisa sin siquiera jadear… se han hecho 3 años de estar contigo, dos años pegada a tu cuerpo de mentira.
Y ahora asumo que te quiero, aunque seas un robot, aunque nos mientas nada, aunque me sonrías con ojos vacíos y sonrisa que sé que sólo yo interpreto libremente como amabilidad, pasan así los días, los meses, y sigo en la cama contigo, guardando el secreto a mi familia que ya sospecha, pasando por alto las bromas en el trabajo por mi eterna soltería… sigo mirándote tras el sexo, tras la insana masturbación para otros, te tomo de las manos, tú lo aceptas pero no aprietas mis manos, me miras con tu sonrisa tranquila, tan paciente como todos los días y te lo repito de forma inevitable, inevitable amarte y decírtelo.

- te quiero.

Sé que no me responderás, que no hay nada en tu mirada, y nada en tu sonrisa, pero entonces un ruido extraño resuena suavemente en lo que paree toda la ciudad, un brillo por la ventana, no alcanzo a reaccionar cuando siento tu mano apretando la mía ¿cómo es posible? Al verte nuevamente tus ojos comienzan a brillar, nunca había ocurrido ¿qué está pasando? Siento primero miedo de que te haya ocurrido un desperfecto pero luego tu sonrisa se amplía un poco ¿esto había pasado antes? Siento un calor en el pecho, mariposas en el estómago.

- yo también te quiero.

- eh? - toda mi piel desnuda bajo las frazadas se eriza. No logro pensar nada.
Te acercas y me besas, todo es…imposible, los persocon no hacen esto, no pueden pero…

- te quiero - estás sobre mí, y por primera vez y desde entonces, me haces el amor.


FIN

¡Espero sus comentarios!

domingo, 24 de abril de 2016

Fanfic Zootopia: "Natural" cap 1


Judy no pudo darse cuenta cómo las cosas fueron lentamente en esta dirección, la cotidianidad se deslizó peligrosamente a esto sin (quizás) ninguno de los dos hubiera podido detenerlo ¿de verdad esto puede escogerse? ¿es una opción?

            Solo puede recordar el momento preciso del primer beso, siquiera la primera caricia, ni siquiera el primer abrazo, tan natural siempre para ellos. ¿Natural? ¿Cómo podía ser natural el que se abrazaran, diferentes especies e incluso un depredador y una… presa? Pero así era, increíble cómo sus cuerpos se atraían como si fuera natural, de verdad natural, ella no se daba cuenta cuando su pequeña patita acariciaba su enorme pata con peligrosas garras, y sí, la acariciaba, al hablar, al caminar, no se daba cuenta cómo su cuerpo se cercaba más al de él, era desesperante.

            Y Nick, pues Nick parecía más consciente de ello, al menos la coneja pensaba que incluso se burlaba de esto que ya le parecía una debilidad de su parte, pero no sospechaba que el zorro estaba en la misma situación. Desde el primer día que la vio le pareció sencillamente hermosa en su imagen pequeña e inocente, luego sintió compasión por ella, pensando que ese hermoso corazón sería pisoteado en la gran ciudad, tomando la cruel decisión de hacerlo él mismo si es que era necesario endurecerla. Al final la supervivencia del más fuerte no ha cambiado desde la prehistoria, solo que los depredadores son otros, no los que necesariamente comen carne. Pero cuál fue su sorpresa al verla nuevamente, fuerte, engatusándolo en su propio juego, un animalillo tan pequeño pero tan decidido… fue inevitable no admirarla y creer en ella, querer creer en ella y en su sueño de que todos somos iguales, de que se puede ser lo que uno quiera; y él ya sabía lo que quería, tampoco pudo darse cuenta, fue demasiado tarde cuando ya la estaba besando: la quería a ella.

            ¿En Zootopia puedes ser lo que quieras? Pues él quería ser uno con ella.

Nick había comenzado con un coqueteo sutil, incluso propio de su personalidad, siempre bromista y burlón, presionaba la cabeza de Judy burlándose de lo pequeña que era como comúnmente lo hacía, pero ese tacto con el tiempo terminó en una caricia, en deslizar sus dedos por sus orejar y reírse de los escalofríos que le causaba, que le encantaba causarle, y luego seguir burlándose de su sonrojo, de su cara apenada, para terminar en frases como: “pero si te vez tan linda enojada, zanahorias.” Así con el tiempo incluso se había dado atribuciones de las cuales los demás en la comisaría peligrosamente estaban cayendo en cuenta, como hablar por ellos en plural “nosotros aquí”, “nosotros allá” todo el tiempo (aunque Judy también lo hacía) o responder por ella y pensar como si fueran uno. En realidad no son conductas tan extrañas cuando se es compañero de equipo, pero los demás podían sentir que esto iba más allá, Nick lo sospechaba y Judy trataba de no pensar en eso, ni de sentirse nerviosa cuando al caminar Nick ponía su mano en su espalda, mano que luego bajó a su cintura.

Se estaba volviendo hasta posesivo, era celoso con su afecto aunque de una forma muy sutil, siempre tapada en sus lentes oscuros y su postura desinteresada, pero podía sentir una presión especial cuando encontraba a Judy hablando con demás compañeros, cuando se quedaba más del tiempo necesario en la recepción hablando con el leopardo regordete, o demasiado tiempo en la oficina del jefe. Nick la perseguía, aunque en realidad siempre estaban juntos, por mutua atracción y Judy nunca le rechazaba ninguna propuesta, desde que la fuera a buscar y recoger al trabajo, hasta almorzar juntos o ir a algún sitio después del trabajo para distraerse. Judy trataba de no ser consciente de su inutilidad ante las peticiones del zorro, y Nick que ya se había dado cuenta mucho antes de Judy de estos extraños deseos no tenía demasiados tapujos para sacarle provecho a eso, como una maligna estrategia para cazar al conejito, sep, definitivamente hay cosas que la naturaleza no olvida, y tampoco Nick había dejado su personalidad astuta y hasta timadora.
No dudó ese día cuando le propuso verse en su día libre.

- ey, zanahorias, mañana tenemos libre, no? – casi a posta había cuidado tener libre los mismos días que ella, sí, definitivamente seguía siendo un zorro astuto – quieres ir a algún lado? – trató de decirlo con la máxima naturalidad posible, con sus lentes oscuros, siquiera mirándola, tomando un sorbo de café. Vamos, son amigos, no es tan raro invitarla a algún sitio, no? Aunque hay que considerar que la ve todo el día, todos los días, pero simplemente no es suficiente, no era suficiente.

- oh, sí? A dónde? – dijo Judy nerviosa, bajó sus orejas sin darse cuenta y dio pequeños saltitos con sus pies, a Nick le pareció condenadamente adorable, pero tuvo que contener sus ganas de burlarse o hubiera sido contraproducente.

- conozco un negocio de ramen muy cómodo y delicioso, y creo que tienen ramen de zanahoria – le guiñó un ojo seductor bajando sus lentes, esos ademanes coquetos también se habían hecho comunes y por supuesto, él ya había averiguado previamente sobre ese ramen especial zanahorias.

- oh, suena genial! Claro! – dijo nerviosa ante la mirada seductora del zorro, pero sospechaba que dijera lo que dijera hubiera respondido afirmativamente, se avergonzaba de su propia debilidad con él.

- Decidido, paso por ti mañana a las 8 – y comenzó a caminar, el descanso había terminado, o más bien ya había conseguido lo que quería.

- a las 8? No es muy tarde? – Judy lo alcanzó, mirándolo extrañada.
- oh no, es perfecto. – botó el vaso desechable de café a la basura, y siguió  con su sonrisa, su plan había comenzado.

***

Judy sospechaba que se estaba arreglando más de la cuenta, era solo una salida de sábado por la noche y considerando que mañana domingo también tendría libre no era tan “extraño” salir de “noche”, no? Podía darse esos gustos a estas alturas.

            Pero entonces, ¿Por qué se preocupada tanto de escoger un vestido en vez de sus clásicos vaqueros de siempre? No solía usar vestidos, era algo que hace tiempo había dejado, ya casi no iban con su personalidad, pero una parte de ella quería verse linda, más linda para Nick, aunque no entendía el por qué. En fin, la decisión no fue difícil, ese vestidito rosa era el único que tenía, y aunque su corte era tal vez demasiado infantil, se animó a usarlo.

            Nick le envió un mensaje al rato por el celular, ya estaba abajo esperándola en su auto. Ella pensó rápidamente si alcanzaba a ponerse sus vaqueros, pero no, era demasiado tarde ¿qué cara pondría Nick? ¿Le diría algo por ese fino brillo labial rosa que se animó a ponerse? Regalo de su madre, que ya hace un tiempo la presionaba para conocer a “alguien”.

            Llegó abajo y rápidamente entró al auto casi temblando sin hacer contacto visual tensa a la espera del ansiado comentario.

            - ey, zanaho- se calló en seco, no había caído en la cuenta del conjunto de su compañera hasta ese momento en que volteó a saludarla. Se quedó embelesado mirándola, cómo sus piernas quedaban expuestas colgando del asiento, por ese vestido rosa que ofrecía sus muslos. Por poco sintió que perdería el control.

            - je, qu-qué? – dijo nerviosa mirando hacia afuera, de reojo a Nick.

            - mmm, nada, solo que te ves muy bien – sonrió confiado el zorro.

            - oh, de verdad? – ahora lo miraba directamente, sonrojada y sonriente.

            - sí, deberías ir así a la oficina – respondió volteando su perfil, prendiendo el automóvil.

            - jo, qué pesado – sonrió otra vez, pero tan feliz.

            Ya en el local pudo calmarse un poco, el lugar consistía en un sitio pequeño pero acogedor, había sido fundado por unos animales provenientes del Japón, por lo que su estilo si bien no era sofisticado tenía un aire orientar de veras, con cabinas para cada mesa y una luz tenue para todas lo que daba cierta privacidad a cada espacio. El menú era diverso pero la especialidad de la casa era un enorme ramen, contundente en especial para soportar luego las enormes jarras de cerveza acompañado de una pequeña tabla para picar.

            Entre conversas y conversas pronto bajaron sus ramen (el de Judy su anhelado especial de zanahorias) y pronto dieron paso a la cerveza, Judy no solía beber demasiado, en realidad casi nunca aunque en su localidad se solía tomar sidra de zanahoria, pero viendo de reojo cómo Nick bebía sin más, ella no quiso ser menos. Era una coneja adulta, con trabajo y sitio propio, en la gran metrópolis, iba a aguantar unas jarras de cerveza.

            Por su lado el zorro la miraba y la animaba a seguir conversando de mil cosas varias, hacerla reír, disfrutar cómo sus ojos brillaban más por el alcohol y sus mejillas regordetas y (suponía) suaves se sonrojaban, su hermosa sonrisa.

            - ya estás en las nubes, zanahorias?

            - oh, claro que no jajaja – reía risueña, ya había pasado el umbral de la desinhibición, y además de su risa explosiva, se le había hasta soltado la lengua más de lo que normalmente lo hace. – soy una coneja fuerte e independiente, esto no es nada para mí.

            - pues cuando quieras nos viramos – el zorro sonreía, había estado acariciando su mano hace un rato y ella aunque contestaba el tacto era como si no se hubiera dado cuenta. Él pensaba que visto desde afuera parecerían una pareja común, claro, efectuando el hecho de que eran de diferentes especies.

            Pero en ese lugar, tenuemente apartado y cerrado, con esa conejita algo subida por el alcohol, tal vez sus fantasías podrían concretarse.

            Se lanzó, con su propio nerviosismo en su vientre, por fuera parecía igualmente relajado, confiado y burlón, el alcohol no le había afectado en lo más mínimo tampoco, pero por dentro, por dentro le temblaba el alma, no quería que Judy lo odiara, pero la conocía ya tan bien, la quería ya tanto que estaba seguro, en un 97% que no lo rechazaría. ¿Pero y ese 3%?

            - Pero parece que ya se te subió a la cabeza – se acercó lentamente a su rostro y su enorme pata se posó en la mejilla de ella, podía sentir en sus dedos ese esponjoso pelaje, esa suavidad que tanto deseaba.

            Ella lo miró, con sus enormes ojos brillantes, sonrió otra vez, se le escapó una suave risa y movió su cara como animando su caricia ¿Era consiente Judy de aquello que provocaba?

            - jeje, estoy bien. – cerró los ojos, apoyó más su rostro entre (curiosamente) las garras del zorro. – me siento bien.

            No se refería al alcohol.

            Nick la miró seriamente por unos segundos, esos ánimos que ella le daba, de más tacto, de más cercanía lo estaban enloqueciendo por dentro, quería estrecharla en sus brazos, peligrosamente apretarla, besarla quizás con demasiada brusquedad…
            - Podríamos ir… - dejó escapar – a otro lugar…

            Ella volvió a mirarlo, él pensó que había captado la indirecta ¿la aceptaría? ¿lo aceptaría como todo lo que proviene de él, cada palabra, cada acción?

            - pero no puedes conducir bebido, es contra la ley jeje… - dejó escapar ingenuamente, aún con media cara en su garra.

            - ….. jeje –sonrió, retirando su mano, pero no iba a rendirse – pero podemos ir a mi apartamento, queda cerca.

            La verdad es que Judy no pensó demasiado en sus palabras, era cierto que el alcohol se le había subido a la cabeza y casi se le cae el cuerpo cuando Nick retiró su mano de su rostro, pero confiaba tanto, tanto en él que como siempre lo seguiría a donde fuera.

            - bueno – pero lo sospechaba, lo anhelaba, una parte de ella, no tan oculta estaba esperando también ese ansiado momento.

            Se fueron caminando lentamente, tomados de la mano ante la mirada incomoda de algún que otro transeúnte en esa solitaria calle tan ya de madrugada, y siguieron hablando entre risas y suaves empujones del trabajo y la vida, sin demasiada profundidad, el alcohol no lo permitía, y Nick hacía como si la sostuviera de vez en cuando tomando su cintura, atrayéndola hacia sí, yendo cada vez más lejos. Judy intentaba seguir borracha, con todas sus fuerzas, pero paso a paso que daban su cuerpo volvía lentamente en sí, su conciencia despertaba.

            - Es aquí, nunca has venido antes aunque yo siempre voy al tuyo. – subieron en extraño silencio los escalones hasta el tercer piso, era un departamento pequeño (no tan pequeño como el de ella, claro) pero acogedor (más que el de ella definitivamente) – te haré un café, te sentará bien. Siéntete en casa, conejita.

            Ella se sentó mirando alrededor, absorbiendo cada parte de ese departamento de soltero simple y hasta algo amontonado, expresaba su personalidad, alguien disperso y relajado. Y entre medio de esa visión pensaba qué hacía ahí, para qué había ido, por qué había bebido tanto, por qué había aceptado esa invitación.

            Eran amigos, sí, hace más de un año, tenían mucha confianza el uno del otro, se trataban casi como iguales, sin importar la especie o el sexo, se querían… ella sabía que se querían. Lo sentía en cada gesto de él y en cada vez que la tocaba, con una suavidad y a la vez fuerza, tan seguro, sin ninguna duda, sin ningún prejuicio y ella… ella seguía haciéndose la borracha cuando en realidad el alcohol había bajado en gran parte su dosis en su cuerpo.

            - Es un acogedor lugar – dijo en realidad por decir algo.

            - oh, gracias, con el sueldo de policía lo mantuve – se acercó con una sonrisa al sofá, con dos jarras humeando de café suave – ¿pero sabías que ganaba más como timador? – se sentó a su lado, cruelmente bromista.

            - jo, no digas eso – le pegó ella un suave empujón – eres más feliz así.

            Nick dejó los cafés en el mueble a su lado, la miró con su sonrisa usual y puso su mano en su muslo desnudo, acariciando ese suave pelaje, misterioso para él hasta ese momento.

            - sí, es cierto, ahora soy más feliz, si se puede.

            Judy le sonrió, con demasiada soltura, era increíble cómo su tacto en ella no la alarmaba como debería, cómo estar a solas con él en ese solitario departamento no le advertía nada, estar con un depredador, con un astuto y engañoso zorro no la ponía en guardia en lo más mínimo. Todo lo contrario, cada acción, cada gesto de él en ella le parecía tan natural que también puso su mano sobre sus garras, su pequeña mano en la de él tan grande y peligrosa.

            - yo también.

            Nick la miró con algo de seriedad otra vez, su sonrisa desapareció y sus ojos brillaron un poco más, la miraba a esos enormes ojos brillantes, y de paso a su pequeña nariz rosada que a ratos daba pequeños saltitos que lo estaban enloqueciendo de ternura y algo más; y esa pequeña boquita, no hecha para besar a un zorro, si no a otro conejo, lo sabía bien, pero que tanto deseaba besar.

            - Judy – con extrema suavidad, controlando el más mínimo impulso brusco que tanto sentía el zorro unió sus labios a los de la coneja, suavemente, con una delicadeza que no se creía capaz. Ella se sorprendió, abrió sus ojos desmesuradamente pero apenas sintió el tacto de sus labios contra los de Nick cerró sus ojos de inmediato, sumida en la sensación, a pesar de lo extraño e innatural que hubiera podido parecer lo que estaban haciendo, simplemente se sintió así: perfecto. Eran perfectos juntos, se sentía tan bien, se sentía que era lo correcto porque se querían tanto.

            No supieron cuánto duró ese primer beso, que fue muy simple y delicado, siquiera se atrevieron a abrir sus bocas si no una leve presión en los labios del otro, un beso mutuo.

            Al fin Nick se separó, preso de un trance que intentaba controlar, Judy abrió sus ojos un tanto y pudo ver cómo el zorro volvía a su sonrisa de siempre, no, ahora incluso, cómplice. Pero ella no pudo hacer más que bajar la vista, respirar agitada.

            - Judy?

            - eh, lo siento, debo pensar – lo dijo aceleradamente, con sus mejillas sonrojadas y sus ojos abiertos del todo, miraba arbitrariamente de un lado al otro sin ver nada en realidad, todo menos los ojos de Nick.

            - qué pasa? – le tomó su barbilla con una pata – no estuvo bien? – estaba preocupado, pero seguía con una suave sonrisa, estaba demasiado seguro de sí mismo, o eso aparentaba.

            - eh… he bebido mucho – volteó el rostro, tratando de suavemente librarse de su agarre – lo siento…

            Nick levantó una ceja, no podía venirle con esas a estas alturas, si esto casi se esperaba y ambos lo deseaban, él no dudaba ¿y ella? Sabía que le sería más difícil, le puso el alcohol de excusa, pero para que se soltara no como escudo.

            - nunca estuviste reamente ebria, zanahorias.  – su sonrisa se amplió, su mirada había cruzado la delgada línea entre burlón y simplemente pícaro.

            - sí… sí lo estoy, mucho… - ella mantenía su vista baja, el sonrojo había aumentado, sintió cómo él seguía acercándose lentamente, sintió su nariz cerca de la suya, cerró los ojos, pero nada pasó, volvió a abrirlos solo para encontrarse con la directa mirada de él, tan seguro y confiado a apenas unos centímetros de su rostro.

            - ¿me quieres? – susurró.

            - sí… - susurró también, no le era difícil contestar a esa pregunta.

            - entonces está bien – la besó otra vez, esta vez un beso algo más profundo,  sus bocas se entreabrieron delicadamente, sus labios se masajearon de verdad, ella perdió la cabeza aunque intentaba salvarse, y el zorro aunque parecía tan seguro de sí mismo luchaba contra esa sed de su cuerpo, de su olor que lo envolvía y del que se había hecho adicto hace tanto tiempo, sí, la olía, cada día cuando se inclinaba hacía ella, cuando ella estaba delante y él podía inclinarse sin causar sospecho, inhalaba su dulce aroma como una droga, y ahora la tenía ahí, justo ahí ¿cómo poder contenerse?

            Era cierto, ella no podía rechazarlo, lo quería y… deseaba. Pero de todas formas no pudo evitar alarmarse cuando él deslizó su cuerpo sobre ella, empujándola suavemente quedando el zorro encima, una postura tan avasalladora.

            - N-Nick! – tembló la coneja, el zorro la abrazó por la cintura, por la espalda.
            - Solo un poco, está bien – volvió a besarla, casi fuera de sí, el beso cada vez más fuerte, más invasivo, sus manos enloquecieron comenzando a recorrerla, una en su muslo, otro en su pecho presionándolo.

            - espera! – Judy lo empujó agitada, sonrojada y con el vestido revuelto, pero bajó sus manos de inmediato al ver la triste mirada de Nick, agitado y ¿lastimado? – lo siento – se sentó, yo… no es que no te quiera es que…

            - es tan difícil para ti? – no se atrevió a mirarla, cada una de sus palabras salía con furia y recelo de su boca, de cierta forma su orgullo había sido lastimado, o tal vez y aunque no quisiera asumirlo, sus sentimientos. Creía que los dos se querían de la misma… forma. – quizás nuestros sentimientos no son iguales.

            - no… no digas eso, Nick – su voz se quebró, todo había ido demasiado deprisa o ella era una cobarde, pero lo quería demasiado, y por sobre todo no deseaba lastimarlo.

            El zorro la vio, ella estaba sollozando, pequeñas lagrimas se acumulaban en sus ojos y comenzaban a deslizarse, se tapó la cara con sus patitas y sus orejas cayeron a sus costados. Nick se arrepintió de su estúpida dureza.

            - no, zanahorias, lo siento, fue mi culpa – se acercó, tomó sus manos abriéndose paso a través de ella y besó su frente – es que  me vuelvo loco porque tú me vuelves loco… - la abrazó, maldiciéndose a sí mismo – te esperaré lo que tenga que esperar – pero pensó mejor en sus propias palabras  - solo promete que no me dejarás… - ni siquiera él se reconocía a sí mismo, querer tanto a una persona, depender tanto de otro animal, él había negado esos sentimientos toda su vida pero había aparecido Judy y todos sus principios decayeron, la quería demasiado, de forma explosiva y casi contra su voluntad, pero no era algo que pudiera decir, no con esas palabras.

            - sí! ¡Yo te quiero! ¡No te dejaré nunca, Nick!  – lo abrazó fuerte, sollozando, aunque no entendía bien lo que pasaba tenía claro eso, y aunque no quisiera pensar en el futuro y sus consecuencias, estaba segura que el presente quería vivirlo con Nick, apegada a él.

            Judy deslizó sus manos al rostro del zorro y lo besó ella esta vez, delicadamente, tímidamente tan al contrario de la brusquedad y pasión desenfrenada del zorro. Quería dejarle en claro que sí lo quería, que sí podía hacer esto, que sí lo deseaba.

            - te quiero – le dijo en un susurro en su boca, juntando su frente con la suya, mirándolo a los ojos, ya no lloraba.

            - …. – él trató de leer sus ojos, como si desconfiara, tan acostumbrado a ese mundo criminal en que el engaño y la falsa son cotidianas, no pudo evitar asegurarse, pero ¿quién podría dudar de ese pequeño rostro lloroso, temblante y sonrojado? La besó otra vez, abrazándola quizás demasiado fuerte para ese pequeño cuerpo – Judy… no permitiré que me dejes… aunque quieras hacerlo, esto es malo… de verdad… - trataba de controlar sus sentimientos, de no quererla tanto pero era imposible, ojalá pudiera controlarlo, ojalá pudiera no amarla pero simplemente no podía evitarlo, sus sentimientos de desbordaban a pesar de toda la racionalidad obvia.

            - está bien… está bien…

            Esa noche durmieron abrazados, al menos Judy que agotada simplemente cayó dormida al rato, tras unas suaves caricias de parte de Nick, que la arrullaron. No fue fácil para el zorro cargar a la conejita a su cuarto, acostarla en su cama, tratando de controlar los horribles deseos de besarla, apretujarla, lamerla… quizás algo con lo que luchaba horriblemente de pensar: saborearla.


CONTINUARÁ

martes, 23 de febrero de 2016

El último beso de Loba Lamar de Pedro Lemebel



Ingenio de cola y astucia callejera tuvo ella para lucir ese nombre, esa chapa de vodevil portuario que coronaba la pista al ser anunciada por el animador. Al retumbar el mambo número ocho los clarines, el pestañazo sangrado de los focos, y las palmas aplaudiéndola. Esas manos cacheteando su poto flaco de hombre tiritando al son de los tambores.

Quizás se puso Loba Lamar por el cochambre mojado de su piel oscura, por el luche aceituno de su pellejo estrujado por los marineros. Pero Loba Lamar también era otra cosa; una lágrima de lamé negro, un rescoldo pisoteado del África travesti, un brillo opaco entre las luces del puerto, cuando volviendo sobre sus pasos a la pieza de mala muerte tropezaba en las escaleras rodando por los peldaños, entre carcajadas ebrias y un penetrante olor azuceno. Era difícil mantenerse en pie a esa hora, después de haberse mambeado la noche con esos tacoajugas imprescindibles. Después de aguantar el mareo del sida, nublándola, confundiendo el cielo con él mar, que a ratos salpicaba las olas con un vértigo de estrellas. Entones, la Loba creía que todo había terminado así de rápido, así sin dolor, así de pronto la muerte sidada era un paso en falso en medio de la pista, un caminito de chispas sobre el mar Caribe un pasaje al otro mundo. Una luna en el agua, arrastrada por el vaivén tropical y sin retorno de la epidemia. Pero siempre el despertar la encontraba donde mismo, saltando de lucero en lucero, y el paso en falso no era la muerte, más bien, un pálido regreso a su indigencia de loca sin gloria.

La Loba nunca entendió bien lo que era ser portadora, por suerte, si no, el sida se la hubiese llevado más rápido, por un tobogán depresivo. La Lobita no tenía cabeza para relacionar el drama de la enfermedad con el positivo del examen. Ella creía que todo estaba bien, no había cómo convencerla de que ese visto bueno era un desahucio. Y aunque giraba y giraba el papel médico entre los dedos, no le entraba en la cabeza ese ejercicio matemático de invertir el más por el menos. Su cabecita de pájara nunca dejó entrar la aritmética, jamás se ordenó en cuadritos de sumas y restas. Ella siempre fue una loca porra, negada para el estudio y para entender problemas de conjunto en el colegio. Que el más menos da negativo, o el menos más da positivo, a la chucha los números, a la cresta la vida. Y si estoy premiada, este papel no me va a convencer, decía.

A la Lobíta nunca la vimos triste, pero igual una nube turbia le entró en el mate. Por eso guardó el examen y respiró hondo hasta consumir el aire viciado de la pieza. Se tragó de un suspiró todo el mal olor hasta alterar la gravedad de la noticia. Después fue hasta la ventana y la abrió sobre el óxido de los techos marinos. Tomó uno de sus mechones desvaídos de color por la tintura barata y lo arrancó con un sonido de papel rasgado. Lo miró relampaguear cobrizo por un rayo de sol que pegaba en el vidrio, y lo dejó ir, flotando en el aire de plumas que amortiguaba la tarde.

La lobita nunca se dejó estropear por el demacre de la plaga, entre más amarillenta, más colorete, entre más ojeras, más tornasol de ojos. Nunca se dejó estar, ni siquiera los últimos meses, que era un hilo de cuerpo, los cachetes pegados al hueso, el cráneo brillante con una leve pelusa. Y ahí la veíamos torneada por el sol «aunque es invierno en mi corazón», repetía incansable en su show de doblete, cuando la fatiga no le permitía el baile.

Para nosotras, las locas que compartíamos la pieza, la Loba tenía pacto con Satanás. ¿Cómo va a durar tanto? ¿Cómo se ve bonita a pesar que se deshoja de costras? ¿Cómo, cómo y cómo? Sin AZT, a puro pulso la linda, a puro ánimo la cola resiste tanto. Era el sol, el buen tiempo, el calor. Por qué aguantó como una guinda todo el verano, todo el otoño que fue tibiecito, y al llegar el invierno, al llover la salmuera entumida de la garúa porteña, recién dio síntomas de despedida. Cayó al catre de una vez y para siempre. Y ahí empezó el calvario.

La Lobita, después del examen, nunca quiso que la lleváramos al doctor. Son parientes de los sepultureros, decía. Tampoco soportaba esos centros de ayuda a los enfermos. Parecen campos de concentración para leprosos Como en la película Ben-Hur, la única que había visto en su vida. Y recordaba clarita la parte cuando el joven va buscar a su madre y hermana al leprosario. Y ellas se esconden, no dejan que el joven las vea así, despellejada cayéndosele la carne a pedazos. Porque ellas habían sic preciosas, regias, tan lindas, tan lindas, pero nunca tan como Loba Lamar, deliraba la loca noches enteras contando la misma película. Ardiendo en fiebre, se juraba en galera romana junto a Ben-Hur. Y nos hacía remar a todas encaramadas en el catre que amenazaba hundirse, cuando las olas calientes de la temperatura la hacían gritar: ¡Atención rameras del remo! ¡Adelante maracas del mambo!
Teníamos que turnarnos para cuidarla, para poto como a una guagua. Éramos sus nanas, sus enfermeras sus cocineras, la tropa de esclavas que la linda mandoneaba con sus aires de Cleopatra. Tuvimos tanta paciencia con la Loba, que contábamos hasta veinte, veinte veces para no apretarle el cogote. Para que se callara y nos dejara dormir un poquito. Al menos una hora, en todas esas insomnes noches que duró su larga agonía. Su demencial estado de reina moribunda que no quería estirar la pata, que se le ocurría cada cosa, cada excéntrico antojo. A medianoche, en pleno invierno, lloviendo, quería comer duraznos frescos. Y partíamos las tontas juntando las chauchas, a todo aguacero, mojadas como diucas por las calles desiertas, preguntando, despertando a todos los almaceneros del puerto, subiendo y bajando cerros hasta encontrar un tarro de la fruta. Y cuando llegábamos, estilando como perras, la Loba nos tiraba el tarro por la cabeza porque ya se le había pasado ese deseo. Ahora quería helado de naranjas. ¿De naranjas? ¿No puede ser de otra cosa niña? En Chile no se hacen helados de naranjas, Lobita entiende. Pero ella insistía en que tenía que ser de naranjas, amenazando con morirse ahí mismo si no le llegaba el perfume agridulce de esa fruta en primavera. Y en pleno junio, las locas escarchadas de frío, volvían a salir a la intemperie hasta conseguirle el helado donde un argentino malas pulgas, que después de llorarle el tango de la mamacita agónica, accedía a venderles un barquillo. Y ni aun así la Lobita podía dormir, ahora pensando en la carne rosada del melón veraniego. ¡Ay! suspiraba la marica por el dulzor calameño, como si temiera no llegar viva a enero. Como si no quisiera irse con ese deseo frustrado que le secaba la boca. Porque en el infierno no debe haber duraznos, ni naranjas, ni melones. Y tanto calor debe dar una sed.

¡Ay!, esclavas de Egipto, tráiganme melones, uvas y papayas, deliraba la pobrecita despertando a toda la casa de pensión con sus gritos de embarazada real. Como si la enfermedad en su holocausto se hubiera convertido en preñez de luto, invirtiendo muerte por vida, agonía por gestación. El sida, para la Loba trastornada, se habla transformado en promesa de vida, imaginándose portadora de un bebé incubado en su ano por el semen fatal de ese amor perdido. Ese príncipe de Judea llamado Ben-Hur, que le había plantado la fruta una noche de galera romana, y después, al alba, se habla marchado dejándola preñada de naufragio.

Así, noche tras noche la olamos llamarlo, y tratábamos de complacerla en sus antojos de Loba parturienta. Porque después le dio por preparar el ajuar del príncipe que iba a dar a luz. Nos puso a todas a tejer chales y gorritos y chalequitos y botines para su nene. Nos hacía cantarle canciones de cuna y mecerla, abanicándola con plumas, como si en verdad fuéramos esclavas de Nefertiti en gestación. En algún minuto, agotadas de cansancio, nos lograba meter su película convenciéndonos tanto, que todas llegamos a creer que se producirla el alumbramiento. Por eso las locas atinaban a levantarse a todo frío, estornudando, escuchándole sus fantasías de siquiátrico, sus últimos devaneos, su vocecita estrangulada por la tos, cada vez más apagada, pero siempre dando alaridos de órdenes. Todavía altanera, abría la boca como un hipopótamo del Nilo y se quedaba muda con su mandato faraónico de par en par. Y nosotras allí sentadas esperando, tapando los espejos para que la Loba no regresara a buscar su imagen. Rogando, pidiendo, suplicando que llegara pronto el avión de ninguna parte. Enjugándole el sudor, rezando avemarías y rosarios colas como música de fondo. Todas allí, más pálidas y temblorosas que la misma Lobita, esperando el minuto, el segundo que partiera la loca y se acabara el suplicio. Toda la santa noche mirándole su cara que en realidad se puso hermosa. Como una azucena negra la piel de seda relampagueó en ese abismo. Como un cisne de oscuro nácar su cuello drapeado se dobló como una cinta. Entonces, por la ventana abierta entró un chiflón como témpano de tumba. La Loba quiso decir algo, llamar a alguien, modular un aullido en el gesto tenso de sus labios. Abrió los ojos desorbitados, tratando de llevarse esa fotopostal del mundo. Todas la vimos aletear con desespero para no ser tragada por la sombra. Todas sentimos ese hielo que nos dejó tiesas sin poder hacer nada, sin poder dejar de mirar a la Lobita que quedó dura, con las fauces tan abiertas sin poder sacar el grito. Nos quedamos como tontas asomadas al zaguán de su boca, tan abierta como un abismo, tan abierta como un pozo negro donde apenas asomaba su lengua parlotera. Su boca sin fondo, su boca paralizada en la «a» gigante de esa ópera silenciosa. Su bella boca descerrajada como un túnel, como una alcantarilla que se había llevado a la Lobita en las aguas cochinas de ese remolino siniestro. Y entonces recién reaccionamos, recién corrimos al borde de esa zanja gritándole para adentro: No te mueras Lobita linda. No nos dejes preciosa.. Sollozábamos asomadas a su garganta, metiendo las manos en esa oscuridad para agarrarla del pelo en su caída. Todas juntas haciendo fuerzas para alcanzarla, para tirarla de regreso a la vida. Tomándole las manos, friccionándole los pies, zamarreándola, abrazándola, cubriéndola de besos los colas lloraban, los colas se reían neuróticos, los colas traían agua, empujándose, sin saber qué hacer, ni cómo atender a esa visita tan inoportuna de la señora muerte.

Y en ese río de llantos vimos partir a nuestra amiga, en el avión del sida que se la llevó al cielo boquiabierta. No puede irse así la pobrecita, dijeron las locas ya más tranquilas. No puede quedar con ese hocico de rana hambrienta, ella tan divina, tan preocupada del gesto y de la pose. Loba Lamar debe permanecer en el recuerdo diva por siempre. Hay que hacer algo rápido. Traigan un pañuelo para cerrarle la boca antes que se agarrote. Un pañuelo bien grande que alcance para subirle el mentón y amarrarlo en la cabeza. Amarillo no tonta porque es desprecio. A lunares tampoco porque parece mosca pop, y la Lobita nunca se lo hubiera puesto. Verde menos porque odiaba a los pacos. Celeste jamás, es de guagua prematura. A ver ese de gasa azulina con hilos dorados, ese mismo que estai escondiendo, maricón cagao con tu amiga muerta. Éste sí le queda regio y alcanza a sujetarle las mandíbulas antes que se ponga tiesa. Anudado en la frente por favor no, que esas puntas se ven como orejas de conejo y parece Bugs Bunny la pobrecita. Tampoco le dejen la rosa en el cuello, como si fuera una campesina rusa o como Heidi. Más bien al costado, cerca de la oreja, como lo usaba la Lola Flores, la Faraona, que a ella le gustaba tanto. Bien apretado el nudo, aunque le cruja la jeta, para dejársela bien cerrada por lo menos una hora, hasta que cuaje y se endurezca. Pero al cabo de una hora, mientras las locas bañaban el cadáver con leche y almidones de reina babilónica. Mientras embetunaban el cuerpo con cera depilatoria hirviendo para dejarlo tan lampiño como teta de monja. Al tiempo que una le hacía la manicure pegándole caracoles y conchitas moluscas como uñas postizas, otra le aserruchaba los juanetes y callos, descamándole el piñén calcáreo de las patas. Porque usted mijita era como Cristo, que caminaba sobre el mar sin tocar el agua. Usted pochocha no era tan negra, era floja la cochinilla que le hacía asco al jabón y sólo sabía pintarse y se perfumaba encima de la mugre, decían las locas escobillando con cloro a la Lobita, que se fue poniendo rígida a medida que le depilaban las cejas y le encrespaban las pestañas con una cuchara caliente. Entonces, le sacaron la amarra de la cara para maquillarla, y felices se dieron cuenta que la presión del pañuelo en la barbilla le había cerrado la boca tan hermética como una cripta. Pero al tensarse el músculo facial, los labios apretados de la Loba comenzaron a dibujar la macabra risa post mortem. Ay no, gritó una de las locas, mi amiga no puede quedar así, con esa mueca de vampiro. Hay que hacer algo. Traigan toallas calientes para ablandarla. Casi hirviendo, total la pobrecita ya no siente. Pero al calor de los trapos el nervio maxilar se encrespó como un resorte y los labios de la Loba se entreabrieron en una carcajada siniestra. Parece que lo hace a propósito la chistosa, refunfuñó la Tora, una loca maciza que había sido luchador en su juventud. Déjenmela a mí. Y todas nos quedamos mudas porque cuando la Tora se enojaba era cosa seria. Sólo atinamos a sugerirle que lo hiciera con cariño. Fíjate niña que la Lobita es tan enclenque. No se preocupen, dijo la Tora bufando, a mí no me la va a ganar. Entonces la vimos desaparecer y volvió enfundada en su traje de lucha libre, con la capa escarlata y la máscara de diablo que le había valido el título de «Luzbel, la llama invencible». Luego la Tora dio unos cuantos saltos, hizo un par de tiburones y nos pidió que la aplaudiéramos. Y en medio de esa algarabía de plaza andaluza, la Tora se puso seria, cortó los gritos con un shit de silencio para concentrarse. No volaba una mosca cuando se arrodilló a los pies de la cama y se persignó ritualmente como lo hacía antes de iniciar el combate. Y de un brinco se encaramó sobre el cadáver agarrándolo a charchazos. Paf, paf, sonaban los bofetones de la Tora hasta dejarle la cara como puré de papas. Entonces, levantó su manaza, y con el pulgar y el índice le apretó fuerte los cachetes a la Loba hasta ponerle la boquita como un rosón silbando. Chúpese de muelas mijita, chúpese de muelas como la Marilyn Monroe le decía, dejándola con ese gesto por mucho rato.

Casi una hora le tuvo los pómulos apretados con esa tenaza. Hasta que la carne volvió a tomar su fúnebre rigidez. Sólo entonces la soltó, y todas pudimos ver el maravilloso resultado de esa artesanía necrófila. Nos quedamos con el corazón en la mano, todas emocionadas mirando a la Loba con su trompita chupona tirándonos un beso. Habrá que taparle los moretones, dijo alguna sacando su polvera Angel Face. ¿Y para qué? Si el rosa pálido combina bien con el lila cerezo.


Loco afán de Pedro Lemebel


Después de leer "Tengo miedo torero" de Pedro Lemebel, me quedé con ganas de más. Me gustó mucho su estilo con su picardía y crudeza. Así que me alegré mucho cuando encontré "Loco afán", un conjunto de cuentos con la temática de siempre: las locas con su idiosincrasia chilena, aunque varios cuentos también representan el dramático panorama del sida años atrás. 

Seis fueron mis cuentos favoritos de todos los textos del libro que compartiré con ustedes de a poco, a mi gusto, son muy buenos y muy recomendables para disfrutar de su lectura, crítica y gusto ácido.

Espero conseguirme "Adios mariquita linda" otra gran obra de Lemebel, ¡para proyecto futuro!


Juliette del Marqués de Sade (Fragmento)



>> Me senté a su lado y me puse a mirar por el agujerito. Lo que vi era una habitación llena de damas espléndidamente vestidas, hermosas y de porte elegante.

            - En esa reunión – siguió diciendo la Duvergier – se encuentran quince esposas e hijas cuya reputación es je je, intachable. Pues bien, yo pienso de otro modo.

            “¿Ves esa soberbia rubia? Es la duquesa de Saint Fal. Casada, y madre de tres hijos; todo el mundo cree que su virtud no tiene la menor mancha. Hoy va a divertirse con cuatro hombres simultáneamente en una casa de campo muy apartada.

            “¿La mujer alta que está a su lado, ésa que tiene el rostro de santa? Pues bien, es una amantísima esposa, un tesoro de abnegación doméstica. Su único defecto es que no puede resistirse a los sacerdotes; tiene que tener por lo menos uno a la semana. Yo se los recluto.

            “Esa otra joven, la morenita, está prometida y va a casarse la semana próxima. Está loca por su novio… al menos eso es lo que él cree. Hace cinco años que vendí su doncellez; hoy la vendo como compañera flagelante; será más o menos su quincuagésima  cita por cuenta mía. Es una criatura deslumbrante ¿no?

            “Ahora, la mujer alta que la sigue, la de cabellos grises. ¡Qué refinamiento! Su presencia impone. Ha sido educada en Inglaterra, sabes, y habla ese espantoso lenguaje como si hubiera nacido allá. También comparte lo que me han dicho es una inclinación natural de las británicas por las vergas. No puede alejarse de ellas. Cuentan las malas lenguas que una vez su esposo la sorprendió masturbando a un toro. Sin embargo, no se puede hacer caso de lo que se cuenta hoy en día ¿verdad?

            “Mira, la que está parada a su derecha, resulta interesantísima. Es hija de un famoso abogado, y su tío es arzobispo. Está completamente loca por los muchachos de diez años de edad. Hoy le tengo reservadas dos preciosidades.

            “Mira esa otra; la que parece tener cintura de avispa. No ha adquirido ese aspecto aventajado por casualidad. Es una de las putas más activas que han abierto jamás las piernas. Y haría cualquier cosa por cobrar un luis. No te diré lo que hizo la semana pasada por cincuenta francos, y todo ello a pesar de que su marido posee más dinero que un dios, y le da todo lo que ella pide.

            “Observa a la encantadora muchacha que está ahí; tendrá trece o catorce años de edad: ¿la ves? Trabaja como miembro de un equipo. Tiene por cómplice a su propia madre. Por su puesto, les sería fácil hallar otro tipo de trabajo, pero les gusta el libertinaje.

            “¿La joven que le sigue? ¿La guapa regordeta? Trabaja con su marido, que le sirve de alcahuete. No necesitan dinero pero a él le apasiona contemplarla cuando hace el amor con otros. A ella le satisface sentirse observada, y de ese modo resultan bastante bien apareados ¿no te parece?

            “Y ahora ¿qué te parece esa muñeca que está ahí? Se vuelve loca en cuanto ve a otra mujer en cueros… especialmente si esa mujer está en su período. ¿Te imaginas?

            “Y finalmente la pelirroja que está cerca de la puerta; es una de las mojigatas más afamadas de la ciudad; se dice en sociedad que ignora por completo a los hombres; en realidad se apaña con cualquiera que camine. Su sed insaciable ha provocado que dos de mis mejores hombres hayan caído agotados la semana pasada. Yo me atrevería a afirmar que la joden unas cincuenta o sesenta veces al mes, y tal vez unas cien más por lo menos cuando toma sus vacaciones de verano.


            “Pues bien, ahí las tienes a todas: una colección de las… damas más distinguidas de todo París. (…) <<

lunes, 1 de febrero de 2016

Juliette o el vicio bien recompensado de Marqués de Sade


Probablemente ya conocen una de las obras más populares de Sade: Justine, o los infortunios de la virtud. Pues el presente libro, Juliette, una especie de continuación de la primera historia que, para los que no lo saben, trata de los literalmente infortunios que pasa uno inocente joven llamada Justine a la que a pesar de intentar una y otra vez de hacer el bien e ir por el camino de la virtud, el destino la castiga mostrándole que en realidad el camino de la inmoralidad ¿es el mejor?; eso parece responder la presente historia, ya que Juliette nos cuenta su versión, cómo su vida guiada por el camino del mal y el crimen la ha hecho vivir una vida más próspera, y parece que más feliz, al contrario de su hermana Justine.

La siguiente cita representa lo torica de la realidad practicada ( y disfrutada de esta historia):

            >> Noirceuil suspiró profundamente y, por primera vez en toda la noche, me apretó contra sí con un gesto que sugería calor.
            - Juliette – dijo -, la pureza cándida de tu alma me obliga a conservarte aquí conmigo. No volverás con la Duvergier. Serás mi amante. Mañana enviaré un coche a buscar tu ropa.
            - Pero tu esposa… - comencé a decir.
            - Será tu esclava. Tú serás su dueña. Tus deseos serán órdenes para ella.
            - ¡Por Satanás! ¿Quién podría pedir más?
            - ¡Oh, Juliette querida! – prosiguió, maniobrando de tal modo que su cara quedara frente a mi ombligo y la mía frente al suyo -, querida Juliette. Tienes el alma de un súcubo, y no puedo oponerte resistencia.
            - Tampoco yo – le dije con un gemido -. ¿No es obvio, querido mío? Te amo.
            - Los libertinos no aman, querida – me enmendó, besándome tiernamente mientras hablaba-. Los libertinos odian. Por lo tanto, no me expreses tu inclinación diciéndome: te amo, sino lo contrario.
            - ¿Os odio? – pregunté, respondiendo en forma similar a la ternura de su entonación.
            - Así es, querida mía. Ahora, dilo con sentimiento.
            - Te odio, Noirceuil – declaré, tocando apasionadamente su boca con la mía -. Te odio más de lo que he odiado nunca a nadie.
            - Y yo te odio a ti, mi putilla – dijo él, jadeando mientras mordía malvadamente mis labios -. Te odio de todo corazón. <<

            Y esta, a su vez, da de baja el final de la historia precedida, la de Justine, cosa extremadamente interesante para los lectores de ambas obras ¿gustó o no esta desacreditación a sí mismo?

            >> Sin duda habrá leído en el libro de Justine que, después de ver fulminada a la infeliz criatura, me arrepentí y entré de monja con las Carmelitas. Esto, como puede imaginar después de haber leído mi historia, es una mentira evidente, extendida con un único propósito, el de desacreditarme.

            Sábelo, querido lector, he vivido como he querido; me enfrento a la muerte sin temor ni vergüenza; os dejo con esos pensamientos, y con mis mejores deseos de que disfrutéis una vida feliz. <<

            En la siguiente entrada pondré un fragmento más crudo de la innumerables filias de la obra (jojojo).


Nota: este libro tiene muchas versiones, me temo que el que leí (tras una leve investigación) es una versión mucho menos extensas que otras, que espero encontrar en un futuro u.u yo que me había alegrado de encontrarla entera ¡no es justo! o.ó