Otro cuento para navidad, resulta que hace dos años murió mi tío Jorge y bueno, como una forma de recordarlo le escribí este cuento a mi Padre, un relato que siempre nos ha contado desde somos pequeñas a mí y a mi hermana, una historia que involucra la infancia de ambos y que no quería que pasara al olvido.
Corderito de Dios
A la memoria de mi tío Jorge Díaz,
dedicado a mi padre Fernando (Chanano) Díaz.
Ese día dos pequeños niños, como casi ya era
costumbre, fueron a vender simples cosas a cambio de algo de dinero, eran
productos de su casa, de su jardín, de su patio que en realidad no se separaba
de su jardín, podían ser flores silvestres que su madre cuidaba, o lechugas que
su madre cuidaba aún más.
Pero
iban con cuidado de no perder las ganancias, siempre recordando aquel día en
que siendo más pequeños aún, habían intercambiado una caja de uvas por un gato
y habían hecho exaltarse a su madre, aunque el gato hubiera sido muy lindo.
Todo
venía de la tierra, todo era natural, todo era esfuerzo pero en esa época
también todo eso era cotidiano y casi no deseado, cuánto hubieran cambiado
aquello por unos zapatos, era una realidad, a veces más dura que llevar aunque
siendo niños sólo podían intuir aquello, les faltaba años para darse cuenta que
su infancia había sido difícil, pero entre tantos hermanos, entre tantos
vecinos, con el amor de su madre no notaban en ese entonces que el que ella
cociera calzoncillos de las bolsas de harina fuera algo extraño.
Pero
a pesar de esto podían reconocer el valor del dinero, al menos asociábanlo a la
expresión de alivio que ponía mamá Jina, y sabían que si había dinero habría
comida que no fuera del pequeño huerto, habían cosas que no daba la tierra.
Jorge
era el hermano mayor, por lo que después de haber vendido todo a tan buen
precio, él debía llevar el dinero, un hermoso billete nuevo de $10.000, nunca
les había ido tan bien en sus ventas, eso pensó Chanano, el hermano menor,
demasiado flaco para su edad pero que ya pensaba en ventas y compras,
anticipando su vida de comerciante, al contrario que Jorge, que sería más bien
un viajero.
Chanano
daba saltos por delante, pensando lo contenta que estaría mami Jina, sin
preocuparse por sus pies descalzos aunque la tierra fuera más amable que el
cemento. Jorge lo iba mirando, queriéndolo sin darse cuenta, tenía el billete
en sus bolsillos, y lo golpeaba por fuera de vez en cuando, sus pensamientos
iban más lejos que los de su pequeño hermano, él no miraba la tierra si no el
cielo, más allá de los cerros y el desierto, tal vez intuía ese gran viaje de meses
que daría de grande en un barco por tantos lugares del mundo…
En
eso estaba cuando metió por inercia la mano a su bolsillo, esperando sin
esperar el tacto con el tan deseado billete, estaban cerca de la casa de su
madre y esperaba despedirse de él para dejárselo. Pero algo ocurrió,
inesperadamente sus dedos no tocaron nada salvo el gastado género de sus
bolsillos.
- ¡…………..!
– fue un grito ahogado, una parada en seco de sus pasos. Chanano volteó por
extraña intuición.
-
¿Jorge, qué pasa?
- ¡El
billete, no lo encuentro!
-
¡¿Qué?! – se le hubiera escapado un garabato, pero era demasiado chico para
entenderlos.
El
hermano mayor comenzó a buscar el billete con histérica expresión por lugares
incluso impensables, donde nunca lo hubiera guardado; mientras el hermano mayor
lo miraba atónito con todas su esperanzas en un milagro, sin poder hacer nada
más que eso.
- ¡Corderito de Dios, corderito de Dios! – empezó a
rezar Jorge. Y Chanano, en vez de extrañarse empezó a repetirlo junto con su
hermano en su mente - ¡Ay, Corderito de Dios, ay!
Mil
imágenes pasaron por la mente de ambos, toda la comida que se perdería, todo lo
que vendieron que se perdió, y en especial el rostro de mamá Jina, quizá
siquiera se enojaría, podría ser incluso peor, más doloroso: lloraría, que era
lo que más temían ambos causar a su madre.
-¡Corderito
de Dios! – y de pronto, el milagro deseado, el milagro por el cual rezaban,
apareció de forma inesperada y rebuscada el famoso billete Prat.
Ambos
hermanos empezaron a dar las gracias, Jorge se arrodilló a rezarle al Corderito,
y Chanano con él.
Ese
día comieron bien en casa, años después esta sería una anécdota para reír, una
historia que recordar, que hoy plasmo aquí.
María Díaz, 2016
FIN
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