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lunes, 2 de enero de 2017

Cuento Corderito de Dios


Otro cuento para navidad, resulta que hace dos años murió mi tío Jorge y bueno, como una forma de recordarlo le escribí este cuento a mi Padre, un relato que siempre nos ha contado desde somos pequeñas a mí y a mi hermana, una historia que involucra la infancia de ambos y que no quería que pasara al olvido.

Corderito de Dios

A la memoria de mi tío Jorge Díaz,
dedicado a mi padre Fernando (Chanano) Díaz.

Ese día dos pequeños niños, como casi ya era costumbre, fueron a vender simples cosas a cambio de algo de dinero, eran productos de su casa, de su jardín, de su patio que en realidad no se separaba de su jardín, podían ser flores silvestres que su madre cuidaba, o lechugas que su madre cuidaba aún más.

            Pero iban con cuidado de no perder las ganancias, siempre recordando aquel día en que siendo más pequeños aún, habían intercambiado una caja de uvas por un gato y habían hecho exaltarse a su madre, aunque el gato hubiera sido muy lindo.

            Todo venía de la tierra, todo era natural, todo era esfuerzo pero en esa época también todo eso era cotidiano y casi no deseado, cuánto hubieran cambiado aquello por unos zapatos, era una realidad, a veces más dura que llevar aunque siendo niños sólo podían intuir aquello, les faltaba años para darse cuenta que su infancia había sido difícil, pero entre tantos hermanos, entre tantos vecinos, con el amor de su madre no notaban en ese entonces que el que ella cociera calzoncillos de las bolsas de harina fuera algo extraño.

            Pero a pesar de esto podían reconocer el valor del dinero, al menos asociábanlo a la expresión de alivio que ponía mamá Jina, y sabían que si había dinero habría comida que no fuera del pequeño huerto, habían cosas que no daba la tierra.

            Jorge era el hermano mayor, por lo que después de haber vendido todo a tan buen precio, él debía llevar el dinero, un hermoso billete nuevo de $10.000, nunca les había ido tan bien en sus ventas, eso pensó Chanano, el hermano menor, demasiado flaco para su edad pero que ya pensaba en ventas y compras, anticipando su vida de comerciante, al contrario que Jorge, que sería más bien un viajero.

            Chanano daba saltos por delante, pensando lo contenta que estaría mami Jina, sin preocuparse por sus pies descalzos aunque la tierra fuera más amable que el cemento. Jorge lo iba mirando, queriéndolo sin darse cuenta, tenía el billete en sus bolsillos, y lo golpeaba por fuera de vez en cuando, sus pensamientos iban más lejos que los de su pequeño hermano, él no miraba la tierra si no el cielo, más allá de los cerros y el desierto, tal vez intuía ese gran viaje de meses que daría de grande en un barco por tantos lugares del mundo…

            En eso estaba cuando metió por inercia la mano a su bolsillo, esperando sin esperar el tacto con el tan deseado billete, estaban cerca de la casa de su madre y esperaba despedirse de él para dejárselo. Pero algo ocurrió, inesperadamente sus dedos no tocaron nada salvo el gastado género de sus bolsillos.

            - ¡…………..! – fue un grito ahogado, una parada en seco de sus pasos. Chanano volteó por extraña intuición.

            - ¿Jorge, qué pasa?

            - ¡El billete, no lo encuentro!

            - ¡¿Qué?! – se le hubiera escapado un garabato, pero era demasiado chico para entenderlos.            

            El hermano mayor comenzó a buscar el billete con histérica expresión por lugares incluso impensables, donde nunca lo hubiera guardado; mientras el hermano mayor lo miraba atónito con todas su esperanzas en un milagro, sin poder hacer nada más que eso.

- ¡Corderito de Dios, corderito de Dios! – empezó a rezar Jorge. Y Chanano, en vez de extrañarse empezó a repetirlo junto con su hermano en su mente - ¡Ay, Corderito de Dios, ay!

            Mil imágenes pasaron por la mente de ambos, toda la comida que se perdería, todo lo que vendieron que se perdió, y en especial el rostro de mamá Jina, quizá siquiera se enojaría, podría ser incluso peor, más doloroso: lloraría, que era lo que más temían ambos causar a su madre.

            -¡Corderito de Dios! – y de pronto, el milagro deseado, el milagro por el cual rezaban, apareció de forma inesperada y rebuscada el famoso billete Prat.

            Ambos hermanos empezaron a dar las gracias, Jorge se arrodilló a rezarle al Corderito, y Chanano con él.

            Ese día comieron bien en casa, años después esta sería una anécdota para reír, una historia que recordar, que hoy plasmo aquí.

María Díaz, 2016

FIN

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