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lunes, 17 de diciembre de 2012

El Extranjero de Albert Camus


He aquí un fragmento de la novela existencialista (más bien, dio pie al movimiento) “EL EXTRANJERO” de Albert Camus (libro 43 leído en el año), autor francés que vivió en la época de las guerras mundiales por lo que su obra está sumergida en ese sentimiento de desconcierto ante la vida, pero un desconcierto no angustiante sino más bien vacío, en el caso del protagonista Meursaulh, indiferente, la vida entera le es indiferente, sin creer en dios y mucho menos en los valores, su vida pasa vacía a través de él, como si todo le diera lo mismo y nada le conmoviera.

Tras matar a un hombre sin tener claro el por qué, más que por el sol abrasador de ese día y por tener una pistola en la mano, Meursaulh es condenado a muerte, decisión a la que llegó el juzgado al tratar a Meursaulh de un hombre frío que no se conmovió siquiera por la muerte de su madre. Dejamos al lector que saque sus propias conclusiones, en lo personal, él simplemente vivió de una forma tan vacía, tan neutral de su vida más que indiferente, que no podía ser comprendido, o quizás los demás tenían razón, y la naturaleza a la que llegó Meursaulh, esa neutralidad, era la indiferencia de la vida, llegando a ser extranjero de ella misma, de la vida y de todo… (es así?)

A continuación, lo que le dice el protagonista al cura cuando éste último trata de persuadirlo para que se confiese antes de morir:


            “Entonces, no sé por qué, algo se rompió dentro de mí. Me puse a gritar a voz en cuello y le insulté y le dije que no rogara y que más le valía arder que desaparecer. Le había tomado por el cuello de la sotana. Vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos en que se mezclaban el gozo y la cólera. Parecía estar tan seguro, ¿no es cierto? Sin embargo, ninguna de sus certezas valía lo que un cabello de mujer. Ni siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto. Me parecía tener las manos vacías. Pero estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esta muerte que iba a llegar. Sí, no tenía más que esto. Pero, por lo menos, poseía esta verdad, tanto como ella me poseía a mí. Yo había tenido razón, tenía todavía razón, tenía siempre razón. Había vivido de tal manera y hubiera podido vivir de tal otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado este minuto... y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada tenía importancia, y yo sabía bien por qué. También él sabía por qué. Desde lo hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y este soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! ¿Comprendía, comprendía pues? Todo el mundo era privilegiado. No había más que privilegiados. También a los otros los condenarían un día. También a él lo condenarían. ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber llorado en el entierro de su madre? El perro de Salamano valía tanto como su mujer. La mujercita autómata era tan culpable como la parisiense que se había casado con Masson, o como María, que había deseado casarse conmigo. ¿Qué importaba que Raimundo fuese compañero mío tanto como Celeste, que valía más que él? ¿Qué importaba que María diese hoy su boca a un nuevo Meursault? Comprendía, pues, este condenado, que desde lo hondo de mi porvenir... Me ahogaba gritando todo esto. Pero ya me quitaban al capellán de entre las manos y los guardianes me amenazaban. Sin embargo, él los calmó y me miró en silencio. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se volvió y desapareció.”

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